CARGANDO

Buscar...

AEA DebateCalmarEdu Voz profesionales de Referencia

“Quedarse en la zona de confort es prolongar una peligrosa parálisis”

#CalmarEdu nº8. La transformación educativa es un cambio cultural. El debate educativo es un debate social.

Si hay un debate social por antonomasia, ese es el debate educativo. Sociedad y educación se sustentan y retroalimentan. Tal y como se defina y se proyecte una sociedad, así establecerá la instrucción de sus ciudadanos; y, a la inversa, tal y como forme una comunidad a sus generaciones, así devendrán las civilizaciones del futuro.

La conexión entre sociedad y educación (y por ende cultura, ciudadanía, progreso y felicidad) no es una entelequia sino una realidad que prueban distintos indicadores. Tampoco es una novedad. De hecho, estos vínculos vienen siendo objeto de reflexión (y de intervención por parte de los poderes públicos) desde el siglo XVIII, cuando nace la educación moderna. Entonces, con mucha clarividencia, se asumió que la perfectibilidad y el futuro de las sociedades que se quisieran construir dependían de la capacidad de instrucción pública para crear sujetos conscientes, competentes, libres y autónomos. Pero a su vez, se admitió que el contexto y el diseño que se hiciera de una sociedad condicionarían la capacidad de perfección que la educación brinda a los individuos.

Con la llegada del Nuevo Régimen, fue Rousseau, en su Emilio, quien teorizó inicialmente sobre cómo formar a un conjunto de buenos ciudadanos. Condorcet plasmó parte de estas ideas en el primer proyecto pedagógico moderno para nuevos tiempos. Un proyecto con el que perseguía implantar la ética de los derechos del hombre para una nueva organización política democrática, en la que la ciudadanía pudiera conocer, reflexionar y deliberar libremente para votar.

Instrucción, ética, democracia… y futuro quedaron así entrelazados. La misma interconexión subyace también en el informe Quintana, el primer reglamento general de instrucción pública que recogió las ideas liberales sobre educación en nuestro país. La educación no es sólo un medio para la evolución y la cultura, sino el instrumento para la transformación social, el progreso humano y la felicidad individual. Como sostiene este informe:

«Al entrar en la vida ignoramos todo lo que podemos o debemos ser en adelante. La instrucción nos lo enseña; la instrucción desenvuelve nuestras facultades y talentos, y los engrandece y fortifica con todos los medios acumulados por la sucesión de los siglos en la generación y en la sociedad de que hacemos parte. Ella enseñándonos cuáles son nuestros derechos, nos manifiesta las obligaciones que debemos cumplir: su objeto es que vivamos felices para nosotros, útiles a los demás». (Quintana, p.76).1

Mientras muchos países europeos instauran los sistemas nacionales de escolarización, la relación entre educación, comunidad y progreso es también abordada en el XIX por el pragmatismo americano, preocupado con los cambios producidos por la revolución industrial y la necesidad de crear cultura y espacios compartidos. Especialmente relevantes son, a finales de este siglo, las aportaciones de Dewey que en su “Credo pedagógico” deja claro que la transformación educativa es la única vía para la transformación social, para la construcción de la comunidad y para la evolución de las personas.

“Creo que, la educación es el método fundamental de progreso y reforma social […]. Creo que la educación es la regulación del proceso de llegar a compartir en la consciencia social; y que la adaptación de la actividad individual, sobre la base de esta consciencia social es el único método seguro de reconstrucción social” (Dewey, p. 93)2.

Pero si la instrucción educativa conlleva la transformación social, también el cambio social exige de la adaptación de los sistemas de educativos. Hace más de ciento veinte años, también Dewey apunta que:

“Para saber lo que una capacidad es en realidad, debemos saber cuál es su fin, su uso o su función. Y esto no lo sabremos con seguridad, hasta tanto no podamos concebir al individuo como sujeto activo en las relaciones sociales. /…/ Con el advenimiento de la democracia y de las modernas condiciones industriales, es imposible predecir de forma definitiva, lo que será la civilización en unos 20 años. De aquí que, sea imposible preparar al niño para cualquier serie precisa de condiciones. (Dewey, p. 86).

Y es que en efecto, la metamorfosis acelerada impuesta en todos los sectores en las últimas décadas por la economía global exige más que nunca modificaciones en la instrucción. En una era definida como “del conocimiento”, si hay un ámbito que precisa evolucionar es precisamente el educativo. Hoy, se requieren ya capacidades, competencias, instituciones y ciudadanos diferentes a los que requerían en épocas anteriores.

El cambio de paradigma es claro y algunos países como Singapur, Polonia o Portugal lo han entendido lúcidamente. Ante un entorno distinto, las metas y los retos deben ser diferentes y urge reaccionar con eficacia para adaptar las políticas educativas a los nuevos tiempos. No es fácil: la transformación deriva y requiere de un cambio cultural y actitudinal. Hace falta humildad, generosidad y esfuerzo y poner estas reformas como prioridad política, mediática y ciudadana. Entender que son inevitablemente una inversión: la mejor inversión.

Lamentablemente, otros países, como el nuestro, parecen no haber comprendido nada. Desde hace años, el debate educativo se ha ceñido peligrosamente al debate político y la formación de los ciudadanos se ha convertido en una herramienta electoral y en una moneda de cambio para la negociación. En este contexto, desde hace décadas, y al margen del afán por la polarización, los poderes públicos se mantienen obcecados en parchear políticas del pasado (que no responden a las necesidades de la realidad) regodeándose en la mediocridad. No basta con que algunos indicadores en nuestro país no empeoren demasiado. Cuando de educación se trata, quedarse en la zona de confort es prolongar una peligrosa parálisis. En un entorno tan dinámico, “mantenerse” es sinónimo de retroceder.

Urge dejar de hablar de reforma y empezar a hablar de “revolución” educativa. Urge disociar este proceso del debate partidista y asociarlo al debate social y a la transformación cultural. Porque si no lo hacemos, la educación -que es el futuro de la democracia, la ciudadanía, el progreso y la felicidad – dejará de ser de ser el mejor revulsivo para la evolución individual y colectiva y acabará convirtiéndose en el peor lastre para las nuevas generaciones.

1 Quintana, M.J. (1852), Obras completas de Manuel Quintana, M. Rivadeneira: Madrid

2 Dewey, J. (1897), My pedagogic creed. (The early works). Vol. V. Carbondale and Edwardsville: Southern Illinois University Press, 1972

 
Marta Martín Llaguno: Portavoz de Educación de Ciudadanos en el Congreso de los Diputados. Diputada de la XI y XII legislaturas. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad de Navarra. Doctora en Ciencias de la Información (Universidad de Navarra). Catedrática de Comunicación Audiovisual y Publicidad (Universidad de Alicante).
 
Aquí puedes leer las 101 propuestas y otros artículos como este. Este artículo forma parte de la reflexión conjunta del proceso Calmar la Educación. Seguiremos publicando otras opiniones de personas relevantes del mundo educativo. Queremos generar un espacio de debate plural y abierto a todas las personas interesadas en la transformación educativa.
Etiquetas

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.