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«Todas las personas aprendemos a ritmos diferentes, tenemos distintos intereses y vivimos en entornos muy diversos.»

#CalmarEdu nº52. Hay que enseñar menos cosas, pero más relevantes para los alumnos y con más profundidad. Aprender sin interés desvirtúa el proceso de aprendizaje y lo merma. Es fundamental suscitar el interés por el conocimiento que va a ser aprendido y, con ello, favorecer la motivación por aprender para seguir aprendiendo.
Estaban dos amigos de Bilbao cogiendo setas en el bosque. De repente uno de ellos, ve brillar algo en el suelo, se acerca, se agacha y dice: – ¡Hostia Patxi! ¡Un Rolex!

A lo que Patxi le contesta: – ¡Andoni! ¡Tira eso! ¡¿A qué hemos venido?! ¡A por setas o a por rolex!

Este chiste, además de ser mi favorito, creo que refleja muy bien lo que habitualmente sucede en nuestros centros escolares en relación al punto 52 de #CalmarEdu sobre el que escribo en este artículo. 

Como decía, en nuestro día a día como docentes, suele ocurrir algo parecido a lo que pasa en el chiste. Por un lado, hablamos de la necesidad de tratar en profundidad lo que el curriculum nos plantea; pero a la hora de la verdad, y basándonos fundamentalmente en la tan manida frase del “no llegamos”, nuestra práctica docente suele consistir en una carrera en la que terminar libros u otros materiales se convierte en nuestra máxima aspiración. Fichas y libros, que una vez completados hacen que parezca que todo va bien. Y digo “parezca” porque, es evidente que, si nuestra labor docente se propone desde este planteamiento, habrá muchos alumnos/as para los que seguir con el ritmo marcado es imposible y otros/as a los que dicho ritmo se les queda corto; y por lo tanto, tendremos que admitir que no “todo va bien”.

Es una obviedad que todas las personas aprendemos a ritmos diferentes, tenemos distintos intereses y vivimos en entornos muy diversos. Sin embargo, tanto el planteamiento del curriculum escolar, que nos marca lo que debe ser aprendido, como muchas de las prácticas que habitualmente se dan en nuestros centros escolares, son claramente homogeneizadoras de esta diversidad. Y volviendo nuevamente a la tesis anterior: si el planteamiento es homogéneo, hay niños/as que “se van quedando atrás” y otros/as que “se aburren” (en el mejor de los casos).

Es por ello, que tendremos que abordar y, de una vez por todas, tomar decisiones contundentes en lo que se refiere a lo que nuestros alumnos/as deben aprender. Y cuando digo aprender, me refiero a hacerlo con calma y con profundidad; para que realmente esos aprendizajes sean significativos y no queden en un mero sucedáneo que ha de ser repetido y vomitado en un examen con el único fin de aprobar y dar la sensación de que “todo va bien”.

Escribía José Gimeno Sacristán, hace unos años, que “el currículum es un campo de batalla que refleja otras luchas: corporativas, políticas, económicas, religiosas, identitarias, culturales…”. Teniendo en cuenta esto, es evidente que acordar lo que ha de ser relevante y lo que no lo es tanto, y lo que debe estar en el currículum y lo que no, no va a ser tarea sencilla. Sin embargo, insisto, algo tendremos que hacer. Ya que los aprendizajes en general son muy superficiales y nuestras prácticas docentes, por el modo en el que éstas habitualmente se plantean, no son inclusivas; por lo que demasiados alumnos/as se “van quedando por el camino”.

En este sentido, César Coll hacía un planteamiento, en mi opinión, muy interesante al respecto: planteaba establecer una distinción entre lo básico imprescindible y lo básico deseable. Para él lo básico imprescindible son aquellos aprendizajes que, en caso de no haberse llevado a cabo al término de la educación básica, condicionan o determinan negativamente el desarrollo personal y social del alumnado afectado, comprometen su proyecto de vida futuro y lo sitúan en un claro riesgo de exclusión social. Además de ser aprendizajes que son difíciles de realizar más allá del periodo de la educación obligatoria. Lo básico deseable se refiere a aprendizajes que, aún contribuyendo significativamente al desarrollo personal y social del alumnado, no lo condicionan o determinan negativamente en caso de no producirse, y pueden ser recuperados sin grandes dificultades más allá del término de la educación obligatoria.

Es claro que este planteamiento también generará controversia y falta de consenso; pero quizás, pueda ser un punto de partida por el que empezar. Lo que es un hecho es que nuestras escuelas deben ser espacios conectados con su entorno, auténticos laboratorios de experimentación donde el conocimiento fluya, tenga sentido y realmente sea adquirido desde la práctica. Donde nuestros niños y niñas deseen ir, porque lo que allí se les ofrece es “insuperable”. Donde cada niño/a va aprendiendo a su ritmo y con calma, sin poner límites por arriba e incentivando y motivando cuando sea necesario, sin etiquetarlos y entendiendo que no todos/as aprendemos al mismo ritmo, ni todos/as tenemos los mismos condicionantes ambientales y familiares. Escuelas entendidas como puntos de encuentro de multitud de agentes y de gentes, donde aprenden los unos/as con los otros/as sin importar la diferencia de edad. Donde, en definitiva, se aprende a vivir en sociedad de manera cooperativa y solidaria.

Para ello, tal vez, un enfoque como el de César Coll, podría ser muy interesante: fijando los aspectos básicos imprescindibles que se han de adquirir a lo largo de toda la enseñanza obligatoria y proponiendo que el resto, lo deseable, pudiera plantearse de manera flexible e incluso optativa, teniendo en cuenta los intereses de cada persona, el contexto y otros aspectos. Porque como dice José Blas García, sobre el proceso de aprendizaje, cada persona lo construye, reconstruye y modifica según sus experiencias propias, las oportunidades de experiencias ricas que le ofrece su entorno, sus habilidades cognitivas y el nivel de sus diferentes competencias; y esto debiéramos tenerlo en cuenta.

En cualquier caso, siendo consciente de que mediante este artículo no abordo el asunto con la profundidad que necesita, sí que creo que tenemos que tener claro a qué vamos al bosque: a por setas o a por Rolex. Y obviamente, actuar en consecuencia.

Iñigo Beristain Izaga – Director del CEIP Labastida. Estudió Magisterio en la especialidad de Educación Física en la Universidad del País Vasco. Desde el año 1997 se dedica a la docencia. Hasta que en el curso 2010/11 comenzara a trabajar en la escuela pública, siempre en la zona de Rioja Alavesa, trabajó durante más de 10 años en el Colegio Urkide de Vitoria – Gasteiz. Desde el curso 2016/17 trabaja en la Escuela Pública de  Labastida en la que desde el comienzo desempeña labores de dirección.

Iñigo Beristain Izaga – Director del CEIP Labastida. Estudió Magisterio en la especialidad de Educación Física en la Universidad del País Vasco. Desde el año 1997 se dedica a la docencia. Hasta que en el curso 2010/11 comenzara a trabajar en la escuela pública, siempre en la zona de Rioja Alavesa, trabajó durante más de 10 años en el Colegio Urkide de Vitoria – Gasteiz. Desde el curso 2016/17 trabaja en la Escuela Pública de  Labastida en la que desde el comienzo desempeña labores de dirección.

Aquí puedes leer las 101 propuestas y otros artículos como este. Este artículo forma parte de la reflexión conjunta del proceso Calmar la Educación. Seguiremos publicando otras opiniones de personas relevantes del mundo educativo. Queremos generar un espacio de debate plural y abierto a todas las personas interesadas en la transformación educativa.

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