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Evaluar la evaluación #LoquePISAnove

Mesa 5: Evaluamos para transformar la educación y la sociedad
Mediación: Carlos Magro y Ángel Fidalgo

Cómo se llaman las cosas tiene una importancia descomunalmente mayor que lo que son…basta crear nuevos nombres, apreciaciones y verdades aparentes para crear cosas nuevas»


Friedrich Nietzsche en 1887

En la sociedad contemporánea, los tests no describen al individuo, sino que, más bien lo construyen.» 



Allan Hanson. 1993

Cuando evaluamos, ¿tenemos claro su finalidad principal y qué objetivos estamos buscamos? Cuando evaluamos, ¿nos preocupamos por establecer estos objetivos de manera compartida?, ¿se ajusta nuestra forma de evaluar a esa finalidad?, ¿conseguimos los objetivos establecidos?

Por cierto, ¿es evaluar un proceso objetivo? o, por el contrario, ¿cada vez que evaluamos estamos asumiendo unos valores determinados? ¿Somos conscientes del poder de la evaluación?. ¿Hemos pensado en las consecuencias pretendidas de la evaluación? ¿Somos conscientes de sus consecuencias no pretendidas y de cómo condiciona cualquier evaluación al proceso enseñanza/aprendizaje? ¿Somos conscientes como la evaluación configura y crea nuevas identidades?

La manera más sencilla de saber qué educación tenemos es ver cómo evaluamos. La manera más adecuada de decidir qué educación queremos es cambiar la evaluación. Reflexionar sobre la evaluación que queremos es una forma de reflexionar sobre la educación que queremos.

El pasado 11 de mayo, desde la Asociación Educación Abierta y en el marco del proyecto Todos educamos, quisimos preguntarnos por nuestra educación interrogándonos sobre nuestra evaluación. Y lo quisimos hacer no desde una lógica de la escasez en la que solo unos pocos tienen el conocimiento (en este caso los expertos en evaluación) frente a una gran mayoría de legos, sino desde la convicción de que, en cuestiones de educación, todos tenemos mucho que decir y aportar. O, dicho de otra manera, que todos educamos. 

Por otro lado, si no queremos entregar la responsabilidad de nuestros procesos y prácticas educativas a abstractos sistemas de medición y aspiramos a mantener un control democrático sobre nuestras iniciativas educativas y sobre las maneras en las que evaluamos su calidad, estamos convencidos que es sumamente importante debatir sobre aquello que nuestros esfuerzos educativos deberían tratar de conseguir. De ahí que no quisiéramos centrar el diálogo en los aspectos más técnicos de la evaluación por muy importantes que éstos son, sin duda, sino enfocar las siete mesas de diálogo a debatir, desde distintos puntos de vista, sobre fines y objetivos. El 11 de mayo, en Medialab Prado, decidimos evaluar la evaluación.

La pregunta que orientó la cuarta de estas mesas de diálogo fue si la evaluación nos sirve para transformar (la propia educación, las personas, la sociedad) o para conservar. O, dicho de otra forma, si estamos educando para transformar(nos) o para mantener(nos). Si estamos educando para formar agentes de transformación o de reproducción. Si estamos educando para aprobar exámenes y sacar buenas notas o para aprender a pensar y no aceptar sin más la primera idea que nos sea propuesta. 

Una pregunta más compleja de lo que parece, que no admite una respuesta simple y que esconde, en realidad, una de las tantas paradojas con las que convivimos en educación.

En realidad, la educación tiene el doble encargo de conservar y transformar. Conservar y transmitir una herencia, una cultura, unos conocimientos y unos valores compartidos y al mismo tiempo, aspirar a transformar o ayudar a transformar los aspectos y los valores de esa misma cultura (sociedad) que han dejado de tener sentido o que directamente generan desigualdades, injusticias, falta de oportunidades y de derechos. 

La escuela debe hacer las dos cosas, pero cada día que pasa es más evidente que su función conservadora y transmisora es insuficiente e, incluso, injusta. La escuela no debe solo conservar pasados sino también ayudar a construir futuros. Futuros individuales y colectivos. En el equilibrio de esta doble tarea, de naturaleza paradójica insisto, se juega el sentido futuro de la escuela y en el fondo de nuestras sociedades. 

Detrás de esta tensión, evidenciada ya en los años 50 por Pierre Bourdieu y Jean-Claude Passeron hace casi 50 años en La Reproducción, encontramos también los esfuerzos de los grandes pensadores de la pedagogía crítica y social Ivan Illich, Paulo Freire, Henry Giroux, Peter McLaren o Michael Apple.

Evaluar no es un proceso técnico sino ético. La evaluación no es neutra, tampoco lo es la educación, por cierto. No existe algo así como una evaluación objetiva. No podemos despojar a la evaluación, como algunos pretenden, de sus dimensiones éticas, políticas y sociales. “Es una actividad social marcada por valores y no hay nada que se parezca a una evaluación independiente de las culturas; la evaluación no mide objetivamente lo que hay, sino que crea y configura lo que mide: es capaz de componer personas; la evaluación influye directamente en lo que aprendemos y en cómo lo aprendemos y puede limitar o promover el aprendizaje”, sostiene Gordon Stobart en su recomendable Tiempos de pruebas: Los usos y abusos de la evaluación (Morata. 2010).

La evaluación determina nuestra forma de vernos como aprendices y como personas. La evaluación, en forma de tests y exámenes, tiene un amplio poder para configurar la manera que tienen las sociedades, los grupos y los individuos de entenderse a sí mismos y de aprender. Es una actividad social marcada por valores y no existe nada que se parezca a una evaluación independiente de las culturas.

La educación está inmersa en una cultura del rendimiento donde los medios se transforman en fines y los indicadores de calidad se confunden con la calidad, sostiene Gert Biesta. La validez normativa (donde medimos lo que valoramos) es reemplazada por la validez técnica (donde valoramos lo que es medible). 

En educación hemos dedicado y dedicamos mucho tiempo a los métodos (que son desde luego importantes) y quizá demasiado poco tiempo a reflexionar sobre las metas. Hoy es sumamente importante debatir sobre aquello que nuestros esfuerzos educativos deberían tratar de conseguir. Es urgente hablar sobre las metas y los fines de la educación.

Os dejamos algunas de las preguntas que surgieron durante el diálogo en esta cuarta mesa de diálogo:

La primera de ellas apunta a la base de todo y la podemos formular así: ¿de verdad queremos que la educación transforme la sociedad?, que tiene que ver con la doble misión (no excluyente decíamos) de educar para adaptarse y educar para transformar.

¿Estamos evaluando (educando) para transformar la sociedad o educamos (evaluamos) para adaptarnos a una sociedad que cambia? ¿Tenemos claro la transformación que queremos? ¿Cuáles son los elementos y procedimientos clave para lograr una transformación en la sociedad y educación? ¿Qué grado de tolerancia a la incertidumbre somos capaces de soportar en la sociedad para generar una nueva? ¿Cómo podemos formar para la “gestión” de la incertidumbre si la sociedad misma no está preparada para ello?

¿Se podría proponer un sistema de evaluación adaptativo a las diferentes realidades sociales? ¿Cómo podemos ayudar al alumno a descubrir sus habilidades y sus fortalezas para construir una sociedad mejor? ¿Cómo empoderar a través de la evaluación a los alumnos para transformar? ¿Se está valorando actualmente los propios procesos de evaluación? ¿Evaluamos la evaluación? ¿Qué entiende la sociedad por evaluación? ¿Demanda realmente la sociedad un nuevo modelo de evaluación? ¿La organización educativa condiciona la evaluación? ¿Qué podemos hacer a corto, medio y largo plazo?

Gracias a las casi 100 personas que participaron el sábado 11 de mayo en Medialab Prado en la Jornada #LoquePISAnove y que demostraron con su generosidad, conocimiento y aportaciones que #TodosEducamos.

Este post es consecuencia de las reflexiones y preguntas surgidas en la jornada «Lo que PISA no ve», organizado por la Asociación Educación Abierta en el marco del proceso «Todos Educamos». Pincha aquí si quieres ver más posts como este.

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