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“Es esencial que pensemos para qué enseñamos, con qué propósito”. Conversatorio con Soledad Murillo, Secretaria de Estado de Igualdad

La igualdad de género debe comenzar en las aulas y en las instituciones educativas, para conseguir que se extienda de manera efectiva en la sociedad en su conjunto. La falta de referentes femeninos en el curriculum, la consideración de la igualdad “desde el punto de vista de los déficits y no desde las aportaciones” y las inercias sociales en el trato con el alumnado, son algunos de los obstáculos para lograrlo.

El pasado mes de abril, la Asociación Educación Abierta conversó con Soledad Murillo en la sede del Club Financiero Génova en Madrid. Profesora de Sociología en la Universidad de Salamanca y pionera en los estudios de género, ha formado parte de varios gobiernos y ha impulsado la creación de distintas leyes a favor de la igualdad entre hombres y mujeres, como la Ley contra la Violencia de Género. Dejó su impronta en la concepción de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, que, según sus palabras, “no fue entendida ni valorada”.Ha participado también en el borrador de modificación de la ley anterior de Educación, que no ha llegado a tramitarse.

Concibe la labor educativa como “un compromiso para crear ciudadanos y ciudadanas que tengan a bien interesarse por lo que pasa fuera de sus propias vidas”. La educación, en definitiva, como compromiso cívico. “Es esencial que pensemos para qué enseñamos, con qué propósito”, afirma.

Sobre el borrador de la modificación de la Ley de Educación anterior, destaca que no ha “borrado la pizarra”, es decir, mantiene lo bueno de la anterior y propone modificaciones. Han trabajado en cómo afrontar la igualdad y la diversidad sexual y la vuelta a las prácticas de respeto y de igualdad de trato. “Debemos preguntarnos”, señala, “si el alumnado aprende a asociar el propio bienestar con el bienestar público, aprende a relacionarse de manera crítica con su entorno”. No lo conseguiremos si reproducimos un sistema basado en la memoria y en la repetición sin propiciar el pensamiento crítico y la preocupación por el bienestar colectivo.

Considera que la igualdad está mal entendida. Le sigue sorprendiendo que sea un “tema” y no “una exigencia de rigor científico para aplicar cualquier método de trabajo en cualquier disciplina”. Además, apunta tres equívocos habituales a la hora de hablar de igualdad de género: por un lado, “considerar que las mujeres son un “colectivo” con dificultades contraviene los datos, pues son el 51% de la población”. Por otro lado, se asocia la igualdad con déficits y no con aportaciones. Y, finalmente, afirma que “la igualdad está desaparecida de los textos, del curriculum”, por lo que carecemos de referentes femeninos en los contenidos que se trabajan en la escuela.

Observa también que, a menudo, “la igualdad está tratada desde el punto de vista de los problemas y, además, se considera que es equivalente a semejanza, es decir, que pretende abolir las diferencias”, cuando, en realidad, “la igualdad consiste en que siempre tengas a tu disposición la mayoría de las opciones independientemente de tus adscripciones y origen” para poder “crear tu proyecto singular de vida”.

¿Cómo trabajamos la igualdad en las aulas? ¿Cómo homologar la igualdad de trato en las aulas? “No se trata de traer “temas de chicas” a las aulas”, señala. Desde su punto de vista, gracias a la escuela, los adolescentes tienen muy clara la lucha contra el cambio climático (celebra el movimiento impulsado por Greta Thunberg), la vida sana, pero no tanto la igualdad real.

Por otro lado, le preocupa la conciliación familiar y de la vida personal con el trabajo, esencial para lograr la igualdad entre los géneros. “¿Cómo sostenemos una forma de vida personal compatible con el trabajo? Tenemos comunidades autónomas con jornada continua y otras sin ella. En Europa la jornada continua es una excepción. Tenemos muchas horas de productividad (37,5 horas) pero somos muy vespertinos y trabajamos hasta muy tarde”. «¿Cómo podemos combinar tantos intereses contradictorios? ¿Cómo podemos trabajar una armonización del sistema educativo?», se pregunta.

Hace unas semanas acudió a las Naciones Unidas y comprobó que desde Europa ha habido una ruptura de consensos en tres puntos relacionados con la igualdad: se ha desestimado el uso del concepto de género y se prefiere hablar de “niñas y mujeres”; además, prefiere plantear que “la educación sexual no forme parte de la agenda de Naciones Unidas”, sino que se hable de “invierno demográfico”. También desaconseja hablar de “diversidad de género”. Con este mapa, concluye, “las instituciones educativas tenemos una enorme responsabilidad relacionada con cómo abordamos el enfoque de género”, considerando específicamente los puntos ciegos: no solo materiales didácticos, sino también “cómo nos dirigimos a chicos y a chicas (…) Debemos pensar si estimulamos la competencia crítica y eso pasa por trabajar la conciencia histórica, para lo que hace falta referentes femeninos”.

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