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«La evaluación es poder y por tanto debe ser compartido» #LoquePISAnove

Mesa 6: ¿Por qué evaluamos?
Mediación: Antonio Lafuente y Jaime González

Ninguno de los participantes discutió la pertinencia de la evaluación. Los mediadores no salíamos del asombro y, para estar seguros, introdujimos la cuestión en todas las rondas y siempre cosechamos la misma respuesta: sin evaluación nuestras sociedades no podrían sobrevivir. El recurso conocido al enunciado que más gusta a sus críticos de si evaluamos lo que valoramos o valoramos lo que medimos, fue evocado en numerosas ocasiones por quienes os remitían una y otra vez al concepto de culturas de la evaluación. Podría decirse que esta noción de cultura de la evaluación fue el espacio de experimentación donde trabajamos los participantes. Todos estuvimos de acuerdo en que el problema de la evaluación era sobre todo cultural, es decir un asunto que debía ante todo afectar a la forma en la que queremos relacionarnos los diferentes miembros de la comunidad concernida.

No es de extrañar entonces que abundaran las intervenciones que reclamaban mejorar la formación de los profesores en lo que significa el arte y la ciencia de la evaluación. Así como las enfáticas en que, en efecto, poner notas es más fácil que evaluar. A todos y a todas nos pareció indiscutible esta diferencia entre cualificar y calificar. Muy animados por las intervenciones preliminares al desarrollo del World Cafe, y especialmente por las palabras de Flor Cabrera, se subrayó en varias ocasiones que evaluar es una forma de administrar poder, un poder que en una sociedad abierta debe ser compartido. También se nos hizo muy clara la convicción de que evaluar es una forma de acompañar y que el evaluado siempre debería salir del proceso como una persona empoderada.

Así mismo, tampoco faltaron intervenciones que reivindicaron la dimensión más funcional de la evaluación, afirmando que evaluar es una forma de aprender y/o una manera de garantizar mejores políticas públicas. Todos y todas compartimos la necesidad de fortalecer el vínculo entre evaluación y transparencia como la única forma razonable de aminorar los daños que una evaluación formal pudiera provocar.

Hubo también varias intervenciones críticas nacidas de la decepción y el cansancio acumulados. Tuvimos la suerte de contar con gentes que seguían aunando las ganas con las canas. Tampoco faltaron lamentos por las varias décadas hablando de lo mismo sin que se haya avanzado de forma verdaderamente significativa. No faltaron intervenciones que señalaron la enorme diferencia de criterios y actitudes entre quienes trabajan a pie de aula y quienes operan desde un departamento de pedagogía o como gestor institucional.

Además del relato de la jornada querríamos destacar algunos puntos donde los participantes fueron más enfáticos. Sin ánimo de ser exhaustivos pero sí sintéticos, hemos agrupado las diferentes intervenciones en cuatro categorías: diversidad, cultura, calificación y empoderamiento.

Evaluación y diversidad

¿Podemos sobrevivir sin evaluarnos? ¿Puede haber tranquilidad para los alumnos y profesores, así como orden para los padres, sin evaluarnos continuamente los unos a los otros? Sin evaluación nuestra sociedad, incluida la escuela, no podría sobrevivir, lo que nos obliga a preguntarnos lo que significa esta dependencia de la cultura de la auditoría.

La mayoría de los participantes afirmaron que la evaluación es parte de nuestra naturaleza social y que sin ella no sobreviviríamos. Y siendo tan importante, cabe preguntarse si estamos suficientemente preparados, especialmente los profesores, para entender el significado y las consecuencias de lo que implica evaluar.

La evaluación, como sabemos, puede ahogar la diversidad en las instituciones y desterrar la experimentación del aula. La ausencia de reflexión crítica, más allá de la academia y del mundo de los expertos, es síntoma de una cultura que nos empobrece y achica. Si la evaluación es la solución pactada por todos para gestionar nuestra diversidad, ¿estamos realmente equipados para llevarla a cabo adecuadamente? ¿tenemos las competencias y educación emocional suficientes para evaluar y ser evaluados? ¿Es robusta nuestra cultura de la evaluación?

Evaluación y cultura

La evaluación se basa en indicadores que hacen visible y legitiman un mundo antes que otros posibles. Evaluar entonces podría se la nueva forma de dar órdenes: incluso una forma naturalizada de prácticas de bullying institucional.

La evaluación no la padecen sólo los alumnos. También los profesores y los directores trabajan huérfanos de una cultura de la evaluación. Es difícil generar confianza y compromiso si la evaluación se hace sin las herramientas necesarias. Por ello es tan importante fomentar espacios de reflexión que nos ayuden a entender qué relaciones se crean entre nosotros cuando nos evaluamos.

Todas las partes concernidas deberían aprender de la evaluación: los profesores a cuidar mejor, los alumnos a comprometerse más y las instituciones a ser inspiradoras. El proceso debería empoderar a todxs y ser un dispositivo de escucha. La falta de una cultura de la evaluación crea un modelo educativo que legitima la desigualdad, imposta la autoridad, enmascara la arbitrariedad, banaliza lo colectivo, penaliza el error, individualiza las prácticas y psicologiza el fracaso.

Evaluación y calificación

Si aceptamos que no todo puede ser evaluado, tendríamos que admitir que probablemente hay mucho que no debemos evaluar porque, cualquiera que sea el motivo, no queremos que sea evaluable: serían las externalidades de la educación.  

Todo esto, de nuevo nos remite a la necesidad de abrirnos a formas alternativas o complementarias de evaluación. Más aún, tendríamos que plantearnos la posibilidad de que coexistieran varios modelos de evaluación, y entender la previsible tensión entre sistemas como expresión de la pluralidad de culturas y situaciones que habitamos.

Fueron muchos los argumentos que pedían diferenciar entre evaluación y calificación. En el modelo actual evaluamos aquello que consideramos valioso o importante, pero no le damos suficiente importancia a entender lo que significa ser calificado. La calificación es un instrumento de poder que cuando se aplica sin empatía empequeñece a los evaluados y los convierte en una comunidad de afectados.

Evaluación y empoderamiento

¿Contribuye nuestro modelo de evaluación al principal objetivo del sistema educativo? La mayor parte de las contribuciones asumían que evaluamos para que el alumno reflexione y aprenda, pues la evaluación debe ser otra forma de acompañamiento. La evaluación debería empoderar al evaluado, pues no evaluamos para clasificar a los estudiantes, sino para aprender, lo que nos obliga a diseñar formas de evaluar más inspiradoras.

La cultura permite que conectemos nuestras acciones y comportamientos con sentires y significados colectivos, dando sentido a nuestra relaciones y estabilidad a nuestras instituciones. Y así, la falta de una cultura de la evaluación crea un modelo que legitima la desigualdad, imposta la arbitrariedad, penaliza el error, individualiza las prácticas y psicologiza las actitudes. 

La evaluación es poder y por tanto debe ser compartido. Si evaluamos para acompañar aprendizajes debe promover formas institucionales más distribuidas que jerárquicas, como también más reflexivas que autoritarias.

Este post es consecuencia de las reflexiones y preguntas surgidas en la jornada «Lo que PISA no ve», organizado por la Asociación Educación Abierta en el marco del proceso «Todos Educamos». Pincha aquí si quieres ver más posts como este.

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