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«La escuela construye un espacio-tiempo distinto al del hogar, donde aparecen referentes, lenguajes y saberes que permiten ampliar la condición social de origen»

#CalmarEdu nº27. Los padres también pueden y deben aprender de la escuela para romper inercias que conducen a que sus hijos reproduzcan su condición social. La escuela debe favorecer la participación de padres y madres.
El vínculo entre las familias y las escuelas es tan viejo como las escuelas mismas. Cuando se crea una institución que toma a su cargo la educación de la infancia, aquellos que hasta ese momento han cuidado de ella delegan parte de su trabajo y establecen una relación de confianza con otros agentes educativos que estarán a cargo de enseñar y responsabilizarse a sus hijas e hijos. La escuela construye un espacio-tiempo distinto al del hogar, donde aparecen referentes, lenguajes y saberes que permiten ampliar la condición social de origen. El valor de esas nuevas afiliaciones intelectuales y afectivas es notorio; la literatura y el cine, pero también la biografía individual, proveen numerosos ejemplos de maestras y maestros que abrieron posibilidades insospechadas de desarrollo personal. Por citar sólo uno, vale la pena releer El primer hombre, de Albert Camus, donde el Nobel de Literatura francés ofrece un homenaje a su maestro de escuela por animarlo al mundo de las letras.

En las últimas décadas, la relación entre escuelas y familias se complejizó, al punto que algunos hablan de una fractura de la alianza entre ambas. Los reproches y denuncias son múltiples, y van en los dos sentidos. Desde los años ’70 se acusa a la escuela de ser un agente de reproducción de las desigualdades y no de cambio social: para unos, los herederos, propone el camino abierto al talento; para los otros, los más, el estigma del fracaso y la medianía. También se la culpa, todavía más con el cambio tecnológico, de alejarse de las necesidades del mundo contemporáneo, sosteniendo relaciones jerárquicas y saberes descontextualizados e irrelevantes para el futuro. Pero las familias también reciben lo suyo: son percibidas por las escuelas como complacientes con sus hijos, escasamente interesadas en el esfuerzo y el estudio como valores, y poco solidarias con la tarea de la escolarización.

Más allá de la justicia de algunos de estos reproches, lo preocupante es que el cruce de denuncias contribuye a socavar la posibilidad de que la escuela sea escuela, es decir, que aporte algo distinto a lo que el origen social y cultural ofrece. La demanda de que se parezca cada vez más a la familia deslegitima que la escuela se centre en saberes y normas que ligan a un espacio público, que tienen una temporalidad distinta a la de la coyuntura y el interés inmediato e individual; la horizontalidad pretendida es muchas veces una excusa para desresponsabilizarse de la tarea de educar y cuidar a las nuevas generaciones.

Esta posición no implica defender una restauración de la escuela tradicional, tan imposible como indeseable. Al contrario: quiere invitar a pensar, en estas nuevas condiciones y contextos, cómo reinventar la escuela para que ofrezca saberes y experiencias valiosas para todos, que rompan con la inercia de la reproducción y abran futuros impensados para la infancia. En esa reinvención, la participación de las familias es fundamental, porque sin su apoyo y acción conjunta, la escuela no puede ser escuela.

Inés Dussel: Investigadora Titular, Ph.D., Department of Curriculum & Instruction, Universidad de Wisconsin-Madison (USA). Ha escrito diez libros, compilado cuatro, y publicado más de 160 artículos y capítulos de libros en medios reconocidos internacionalmente.

Aquí puedes leer las 101 propuestas y otros artículos como este. Este artículo forma parte de la reflexión conjunta del proceso Calmar la Educación. Seguiremos publicando otras opiniones de personas relevantes del mundo educativo. Queremos generar un espacio de debate plural y abierto a todas las personas interesadas en la transformación educativa.

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