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«La política educativa importa; la falta de política, más.»

#CalmarEdu nº92. La política educativa importa; la falta de política, más.
En la novela Alicia a través del Espejo de Lewis Carroll, la Reina Roja (no confundir con la Reina de Corazones) coge de la mano a la protagonista y empiezan a correr juntas. Alicia observa con sorpresa que, aunque corre lo más rápido que puede, todo a su alrededor parece que no cambia. Asombrándose de la situación se lo recrimina a la Reina.

“-¡Pues claro que sí! -convino la Reina-. Y, ¿cómo si no?

-Bueno, lo que es en mi país -aclaró Alicia, jadeando aún bastante- cuando se corre tan rápido como lo hemos estado haciendo y durante algún tiempo, se suele llegar a alguna otra parte…

-¡Un país bastante lento! -replicó la Reina-. Lo que es aquí, como ves, hace falta correr todo cuanto una pueda para permanecer en el mismo sitio. Si se quiere llegar a otra parte hay que correr por lo menos dos veces más rápido”

Este pasaje ha sido la inspiración de lo que en la hipótesis evolutiva se conoce como el efecto o la carrera de la Reina Roja, que describe la necesaria adaptación continua de las especies solo para mantener el statu quo con su entorno. Cambiar no es suficiente. La evolución no es una opción. Hay que ir más rápido. En el contexto actual de la sociedad este efecto, tal y como nos pone de manifiesto Zygmunt Bauman en su obra la Modernidad Líquida, es especialmente dramático: “Estamos acostumbrados a un tiempo veloz, seguros de que las cosas no van a durar mucho, de que van a aparecer nuevas oportunidades que van a devaluar las existentes. Y sucede en todos los aspectos de la vida”.

Esto que acabamos de enunciar es especialmente cierto para la política educativa. Vivir en Bruselas como Consejero de Educación de España en el Consejo de la Unión Europea ha sido un balcón privilegiado para ser testigo de la velocidad a la que se está desarrollando la historia en todos sus apartados. Pero ha sido especialmente revelador en su reflejo en la tarea educativa. ¿Cómo plantear una política educativa adecuada para nuestro presente? ¿cómo responder al mismo tiempo a las necesidades en constante cambio de nuestra sociedad y nuestra economía para el futuro sin perder lo esencial de la transmisión de lo aprendido del pasado, tarea inherente de la educación? ¿es posible una política educativa al nivel de los tiempos “líquidos”?

Esta pregunta no sólo se ha convertido en una demanda para el sector educativo, de una manera inesperada se ha convertido también en una prioridad para los Jefes de Estado y de Gobierno de la Unión. Hacía ya dieciséis años que el Consejo Europeo de Jefes de Estado y de Gobierno no se sentaban a reflexionar sobre el papel de la educación y la cultura en la construcción del ideal europeo. Ocurrió durante la presidencia española de 2002, y la Cumbre tuvo lugar en Barcelona. La peseta todavía era moneda de curso legal y el euro comenzaba a dar sus primeros pasos. En aquel entonces sólo participaban quince estados, y el Reino Unido era uno de ellos. La Unión Europea acababa de salir de una crisis. Justo como ahora.

En estos dieciséis años, la economía, el mercado, el empleo, la moneda pasaron a ser las protagonistas de los encuentros políticos. La educación sólo era una política secundaria destinada a la mejora del capital humano para mejorar la competitividad y la productividad del espacio europeo. En 2007 saltó la gran crisis económica de la que hoy, después de diez años, parece vislumbramos la salida. Una década perdida. Millones de empleos destruidos. Una enorme bajada en las inversiones y un incremento de la pobreza y de la desigualdad social. El proyecto europeo se resiente. Empiezan a aparecer como las olas crisis consecutivas: la financiera de Grecia, la de la inmigración en el Mediterráneo, la del radicalismo terrorista en los barrios de las periferias de las grandes ciudades. Algunas voces denuncian que Europa está perdiendo el tren de la revolución tecnológica. El surgimiento del llamado Dataísmo (auge del big data, la inteligencia artificial y el internet de las cosas) parece que van a hacer saltar por los aires a la mayoría de los trabajos tal y como los conocemos. Casi nadie parece estar a salvo. La traca final explota con la celebración del referéndum británico para la salida del Reino Unido de la Unión. Europa se despierta de un mal sueño en un tren a toda velocidad del que desconoce su destino. El nacionalismo divisivo, el populismo y el euroescepticismo empieza a crecer en las urnas. Crece el miedo.

Y comienza un proceso para recuperar algo que habíamos olvidado. Los porqués y los para qué. Primero fue la publicación por parte de la Comisión del Libro Blanco sobre el Futuro de Europa en enero de 2017. Una nueva Europa debía salir del desastre del Brexit. Luego, en marzo se celebró el quincuagésimo aniversario del Tratado de Roma. Los Jefes de Estado recuperan el discurso de los derechos de los ciudadanos y la necesidad de transmitir a las nuevas generaciones el sueño de los padres de Europa. Después del verano, y a iniciativa del gobierno sueco, se convoca la Cumbre Social de Goteburgo para noviembre. En ella se proclama el Pilar Europeo de los Derechos Sociales. El primero de ellos es a una educación de calidad. No puede haber una Europa que no sea social, que no ayude al ciudadano concreto, a cada uno, a resolver sus dificultades reales. No existe la economía o la sociedad en abstracto. Existen las personas que la forman. Y la educación y la cultura son los instrumentos privilegiados para hacerlas protagonistas. “Habíamos construido Europa, pero faltaba construir a los europeos” como afirmaba certeramente The Economist.

Justo antes de la Cumbre, los Jefes de Estado y de Gobierno, tienen una comida informal para hablar de la educación y la cultura. Desde esa comida todo se precipita. En las Conclusiones del Consejo Europeo de Diciembre se afirmaba que es necesario dar más pasos hacia una nueva y más ambiciosa cooperación en materia de educación.

Meses antes Emmanuel Macron (el reciente Presidente de la República Francesa que ganó las elecciones con la educación como prioridad política nacional) presentó su denominada “Iniciativa para Europa” fundamentada en la necesidad de crear una Europa soberana, más unida y democrática que refuerce el sentimiento positivo de pertenencia a la Unión. En este discurso pide que cada joven europeo pase al menos seis meses en otro país europeo y cada estudiante hable dos idiomas europeos de aquí a 2024. Movilidad, multiculturalidad, inclusión, valores europeos son las notas de la nueva partitura. Unirse con otros diferentes de uno mismo genera más conocimiento, más innovación, más creatividad y más cohesión social.

En enero de 2018 se celebra la primera Cumbre Europea de Educación en Bruselas. Nunca antes habían asistido tantos ministros de educación a una cumbre informal. Todos los discursos coinciden. Europa no puede construirse sin la educación. La educación es la primera política si se quiera construir un futuro en común. Todos los europeos de manera individual y colectiva tienen el derecho de conocer, apreciar y defender su patrimonio cultural y educativo. Hace falta ponerse en marcha. Ojalá no sea demasiado tarde.

En este último semestre las iniciativas han sido muchas. En el Consejo de Ministros de Educación de Mayo se aprueba una Recomendación sobre los valores comunes, la educación inclusiva y la dimensión europea de la enseñanza. Pocos creían que esta iniciativa saldría adelante. Hace años hubiera sido impensable. España ha sido el principal de sus valedores. Surge un debate a fondo en el seno del Consejo. La Unión Europea no es sólo un mercado único, una moneda única, unas fronteras exteriores, o una seguridad o defensa común. Todas ellas son buenas y necesarias. Nuestra Unión es una unión basada en los valores. No valores abstractos, valores en acción, como el Programa Erasmus o el Cuerpo Europeo de Solidaridad. Una política educativa en marcha que responde a las necesidades del futuro sin olvidar lo esencial del pasado.

Como el escenario que nos describía la Carrera de la Reina Roja. La rapidez de los cambios nos obliga a correr deprisa todavía. La inacción no es una opción. No hay verdadero progreso sin progreso educativo. La lucha vertiginosa por el progreso económico, la productividad y la competitividad nos había hecho pasar por alto la finalidad por la que merecía la pena luchar por ellas. De nuevo, la educación. Dieciséis años después.  No dejemos pasar otros tantos para volvernos a recordar que es necesaria más Europa en la educación y más educación en Europa. La política educativa importa; la falta de política, más.

Andrés Contreras es Consejero de Educación en la Unión Europea. Su tarea consiste servir de cauce de comunicación entre la comunidad educativa española y las instituciones de la Unión; así como reflexionar en el ámbito del Comité de Educación, sobre el futuro de la Educación en Europa.
 
Aquí puedes leer las 101 propuestas y otros artículos como este. Este artículo forma parte de la reflexión conjunta del proceso Calmar la Educación. Seguiremos publicando otras opiniones de personas relevantes del mundo educativo. Queremos generar un espacio de debate plural y abierto a todas las personas interesadas en la transformación educativa.
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