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«Cada alumna y cada alumno es un mundo, una mente diferente, que tiene que descubrir qué le funciona, cómo aprende mejor y cómo aprender a aplicar lo aprendido.»

#CalmarEdu nº29. Los datos de los procesos de aprendizaje de los alumnos deben estar fuera del comercio y la especulación. Desde la escuela hay que limitar la sobreexposición digital de los menores.

Para empezar, la responsabilidad de limitar la exposición de los datos de los menores no recae, primeramente, en la escuela sino en los padres (o hablemos ahora de «progenitores» para que nadie se me enfade). Como sin duda sabrás, porque no paran de bombardearnos con el tema, en unos 15 días entra por fin en vigor, tras una moratoria de aplicación de 2 años, la nueva normativa europea de protección de datos: el famoso RGPD 2018.

En particular, para el caso de los centros educativos implica que los progenitores deben dar, obligatoriamente, el consentimiento al centro para el tratamiento de los datos de carácter personal de sus hijos, en cualquier forma. Esto incluye desde sus datos académicos hasta sus datos personales, pasando incluso por imágenes o grabaciones que puedan tomarse de los menores (e.g. en fiestas, convivencias, excursiones o eventos típicos en fechas señaladas). Esto incluye también, de forma explícita, la exposición de esta información en cualquier soporte o plataforma (redes sociales, grupos de Whatsapp, etc.).

En particular, el consentimiento tácito *ya no se contempla*

Este consentimiento también debe incluir que se dé o no permiso para la cesión de los datos a terceros, para cualquier fin. Sinceramente, no concibo para qué exactamente un colegio podría querer ceder los datos de sus alumnos a un tercero, sea con fines comerciales o con cualquier otra intención. Por mi parte, claramente yo autorizaría el tratamiento de los datos de mi hijo pero en ningún caso su cesión a otras organizaciones.

Todo esto es aplicable a la normativa en la UE. En EE.UU. la normativa es totalmente laxa: la propiedad de los datos es de quien los recaba, y puede hacer o comerciar con ellos como quiera. Hasta qué punto hacen o no comercio los centros con estos datos lo ignoro, porque no tengo información sobre ese área.

Por otro lado, todos los países tienen estadísticas de seguimiento (datos agregados, no personales) de los resultados de aprendizaje en sus centros educativos. Entre ellos, tenemos los gráficos de evolución de centros (que tanto miran los padres para comparar y decidir donde matriculan a sus hijos) o los famosos Informes PISA y similares. Todos ellos tienen, claramente, una aplicabilidad limitada. Por un lado, los criterios de medida favorecen a unos modelos educativos frente a otros, y se podría poner en tela de juicio que sean «totalmente objetivos». Por otro lado, se crea una competitividad absurda entre centros por obtener mejores datos cuantitativos, llegando al punto de incitar a que el centro haga «todo lo posible» porque sus alumnos saquen mejores notas y así salir más altos en las estadísticas. Esto, aparte de ser muy reprobable desde el punto de vista ético y docente, es totalmente fútil ya que no se suele aportar nada de información sobre aspectos clave en el proceso de aprendizaje, tales como:

Aptitudes personales de los docentes (empatía, ilusión que transmiten a los alumnos, incentivación de sus cualidades, detección y potenciación de sus habilidades personales, etc.).

Fomento de un entorno educativo y de convivencia agradable, en el que se desarrollen las aptitudes personales y colectivas de los menores para vivir en una sociedad plural.

Respecto y tolerancia a la diversidad y las peculiaridades de todos.

Tolerancia cero respecto al acoso en las aulas, la discriminación y la violencia (problema este *cada vez más preocupante* y que las redes sociales *no han hecho sino exacerbar y potencial su alcance*, cuando antes se «limitaba» solo a las horas de convivencia en el centro educativo y alrededores físicos).

Como reflexión final, quizá dejaría que el proceso educativo es uno de los fenómenos más peculiares, individualmente, y menos generalizables que podemos encontrar. Ciertamente, determinados factores pueden ser claramente positivos o negativos para los alumnos, y eso se puede deducir de ciertas estadísticas agregadas (no veo, sinceramente, qué se puede extraer de los datos individuales). Pero por mis años de experiencia docente, sé que cada alumna y cada alumno es un mundo, una mente diferente, que tiene que descubrir qué le funciona, cómo aprende mejor y cómo aprender a aplicar lo aprendido. Tu labor como docente debe ser ayudarle en cada caso a darse cuenta de sus virtudes y defectos, potenciar las primeras y ecualizar los segundos, y así favorecer que pueda aprender de forma más efectiva.

Felipe Ortega: Profesor Asociado, GSyC, ETSIT. Co-fundador, Data Science Lab, CETINIA. Director Académico, Master in Data Science. Universidad Rey Juan Carlos.

 
Aquí puedes leer las 101 propuestas y otros artículos como este. Este artículo forma parte de la reflexión conjunta del proceso Calmar la Educación. Seguiremos publicando otras opiniones de personas relevantes del mundo educativo. Queremos generar un espacio de debate plural y abierto a todas las personas interesadas en la transformación educativa.
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