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«Ser maestro no es una ocupación monótona ni simple, es el oficio del que aprende del otro y para el otro.»

#CalmarEdu nº46. Es necesario recobrar una cadencia de la educación acompasada a los ritmos de aprendizaje de cada cual, adecuando el ritmo expedito e impersonal de la educación actual.

Villanueva de la Sierra (Cáceres). 1966. Empecé la escuela en enero, al cumplir los cuatro años, sin esperar a septiembre, solo porque aprender y jugar con los niños de mi edad era lo que más deseaba. Y a la maestra le pareció bien. Era una escuelita pequeña, de pueblo, en la que la vida era la cartilla y los maestros amigos y vecinos. Mis mejores recuerdos me muestran la libertad con que la que me movía y los ciclos de la naturaleza en estado puro: caminar hacia mis clases en primavera mientras recogía mariquitas, comer con mis padres todos los días, jugar y merendar por la tarde en la plaza y volver a casa cuando se encendían las luces de las calles. No eran necesarias las extraescolares. Al llegar a cuarto curso, cuando todo iba sobre ruedas, llegó la repetición por la “edad” y por la “Ley”. Nunca entendí que decidieran sobre mí personas que no me conocían.

Ya estamos en el siglo XXI y comprendemos que cada cual aprende a su ritmo. Sabemos cómo llega la información al cerebro y cómo la procesa para transformarla en conocimiento y estamos convencidos de que cada alumno, en su singularidad, debe desarrollar al máximo el pensamiento crítico, la creatividad y la toma de decisiones. Sí, pero en el siglo XXI, paradójicamente, mantenemos situaciones escolares del XIX, que defendían que todo el mundo debe aprender lo mismo y al mismo tiempo. Si tanto hemos evolucionado, ¿cómo no perseguimos el verdadero sentido de aprender, de aprender de verdad, y nos hemos quedado con la anécdota?

La reflexión sobre el tiempo escolar está detenida ante un horario cuadriculado que parece ser el símbolo del orden en la escuela y a la vez estamos en la obligación de adecuarnos a los diferentes ritmos y abrazar los desiguales procesos de aprendizaje. Tal vez la ceremonia de enseñar y aprender deba perder ese tiempo aprendido y recobrar el tiempo sentido para entender que vivir atropellados es una costumbre sobre la que debemos meditar. Entendamos, pues, el compromiso educativo más allá de horarios y conocimientos y pongamos en valor la naturaleza del ser humano. Miremos a lo lejos y tomemos conciencia de que educamos para construir un mundo mejor.

Dejemos que las hojas del árbol crezcan en libertad, permitamos que el niño se vaya por las ramas y observemos desde la docencia las diversas formas que trazan al crecer, para llegar conocer los dones de nuestros alumnos y sus debilidades, ofreciendo oportunidades a todos por igual, pero de forma diferente.

Inspirar y espirar, entrar y salir, conectar con nosotros mismos y por lo tanto con los demás y mantener la cadencia porque cuando nos alejamos de esta prosa poética del corazón caemos en el desinterés, la irritabilidad y el ruido interno. Necesitamos recobrar el equilibrio.

Desde la educación podemos comenzar por escuchar al niño, respetar lo que desea aprender y su manera de adecuarse al mundo adulto, consentirle la intuición, no invadir su observación espontánea y provocar en él experiencias que le ayuden a avanzar y a sentir que el descubrimiento de la vida le pertenece. Permitirle que cambie el ritmo del mañana.

El secreto de educar está en vislumbrar el instante exacto, en intuir el tiempo justo y tararear en nuestro interior la melodía adecuada o, lo que es igual, vivir el momento que nos ha tocado vivir, sin atarnos al pasado ni desear llegar los primeros al futuro, compartiendo la ilusión de construir un mundo equilibrado, sereno, sensible, diverso,…

Ser maestro no es una ocupación monótona ni simple, es el oficio del que aprende del otro y para el otro, la ocupación del que escucha y recoge del alumno para caminar con él, al compás, hacia aquello que a ambos interesa. Recobremos la sencillez de un oficio tan antiguo como la comunicación. Escuchemos y hagamos oír nuestra voz sin juzgar ni evaluar. Al salir de casa, cada día, caminemos despacio, miremos a nuestro alrededor y seamos conscientes de que nuestra tarea debe estar bien organizada para que el alumno la dirija y la concluya a su manera, con su talento y sus destrezas, recorriendo su propio camino, en armonía con él mismo y sus iguales.

Que el recuerdo escolar sea amable y deje abierta la puerta que nos muestra la vida y nos impulsa a saber más y ser mejores.

Vuelvo a Villanueva de la Sierra cada vez que salgo del aula, con mis alumnos de Madrid, a pintar del natural un madroño, a buscar insectos o indicios de primavera, cada vez que camino con ellos hasta la Silla de Felipe II para mirar desde lo alto, a lo lejos, un robledal en invierno. Sigue mi corazón en mi pueblito extremeño, con Doña Juana, en la escuela que me acogió, me respetó y me permitió aprender a mi manera.

Maribel Hidalgo: Directora de Educación Primaria del Colegio Estudio

Aquí puedes leer las 101 propuestas y otros artículos como este. Este artículo forma parte de la reflexión conjunta del proceso Calmar la Educación. Seguiremos publicando otras opiniones de personas relevantes del mundo educativo. Queremos generar un espacio de debate plural y abierto a todas las personas interesadas en la transformación educativa.
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