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«El fin de la nueva relación entre alumnado, profesorado y conocimiento es que se produzca un aprendizaje activo, incluso sin la utilización de metodologías activas.»

#CalmarEdu nº55. La aplicación de las metodologías activas requiere un cambio en la concepción de la relación docente-conocimiento-estudiante. El conocimiento es construido en la dinámica de la clase; los estudiantes necesitan guía, organización y un ámbito propicio para el desarrollo de sus potencialidades que les proporciona el docente.

La visión clásica de la relación entre el docente, el estudiante y el conocimiento se basa en una cuestión de autoridad académica: el que más sabe (el profesorado) transmite su saber (el conocimiento) al que no sabe (el alumnado). La transmisión del conocimiento se realiza siempre del que lo tiene al que no lo tiene; esto significa que el flujo del conocimiento es del profesorado al alumnado.

Este modelo se denomina clásico porque lleva predominando en el mundo académico desde el siglo XVIII hasta nuestros días. Está consolidado y es comúnmente aceptado tanto por la sociedad como por los actores académicos.

Sin embargo, gran parte del profesorado no considera aceptable dicho modelo, o al menos no suficiente. Este profesorado nos dice que lo que marca la relación entre profesorado, alumnado y conocimiento es su interacción e iteración. Y cuanto más se produzca más influirá en el proceso de aprendizaje. Por tanto no se trata de transmitir un saber, se trata de construir el saber y que el profesorado guíe esa construcción.

El aula ya no es un espacio donde el conocimiento viaja por una sola vía y en un solo sentido; ahora es una red de carreteras donde el conocimiento viaja por todas ellas y en ambos sentidos.

Este método de actuación se basa en las denominadas “metodologías activas”, que suministran un conjunto de procesos, tecnologías y pautas para que el alumnado adquiera hábitos participativos y trabaje de forma cooperativa para producir y consumir conocimiento.

Las metodologías activas son un medio para conseguirlo, pero no un fin. El fin es que el alumnado adquiera hábitos activos en el proceso de aprendizaje.

El camino a recorrer no es pequeño. Nuestro alumnado no tiene hábitos activos, el profesorado no suele tener experiencia en crear espacios activos y cooperativos en el aula y, en la mayoría de los casos, se cree que el conocimiento solo es el contenido sobre el que se pregunta en un examen.

A mi modo de ver hay que dar tres grandes pasos: empoderamiento de la participación activa, utilizar metodologías activas y conseguir crear el hábito fuera del aula.

El primer paso es muy simple, es un trabajo de sensibilización. Se trata de empoderar las escasas acciones participativas que existen en el modelo clásico. Por ejemplo, cuando un alumno se atreve a plantear una duda, o reflexión, durante una sesión magistral, el resto del alumnado actúa como si no fuese con ellos dicha duda. El profesor, en algunas ocasiones, también lo considera así (se acerca al alumno que ha planteado la duda y le responde solamente a él). Cuando un alumno tiene una duda,  la posibilidad de que esa misma la tenga el resto del alumnado es muy alta (aunque ese resto del alumnado aún no sepa que tiene esa duda). Así pues, si alguien pregunta en clase, se debe empoderar esa acción.

El segundo paso tiene por objeto de utilizar metodologías activas. Hay muchas: aprendizaje basado en proyectos, aprendizaje cooperativo, Flip Teaching, aprendizaje basado en casos,….. Se trata de elegir una y aplicarla en una determinada parte de la asignatura (no es necesario transformar toda ella). Lo interesante de utilizar una metodología activa es que exige la participación activa al alumnado y al profesorado. Dicho de otra forma, aunque no se tenga experiencia en este tipo de aprendizaje la metodología irá marcando el camino a recorrer.

El tercer paso es conseguir que sea el propio alumnado el que de forma autónoma, personal, voluntaria y libre elija ser activo en cualquier proceso de aprendizaje, en cualquier ámbito y en cualquier asignatura, aunque sea clásica. Para entender este tercer paso podemos utilizar como referencia el famoso refrán de “el hábito no hace al monje”, en este caso el proceso lógico es que primero se sea monje (en actitudes) y después te pongas el hábito. En nuestro caso es justo al contrario para conseguir ser monje, primero te tienes que poner el hábito; es decir, primero el alumnado debe seguir metodologías activas y después adquirirá y aplicará dichos procesos en cualquier proceso académico.

El fin de la nueva relación entre alumnado, profesorado y conocimiento es que se produzca un aprendizaje activo, incluso sin la utilización de metodologías activas.

Ángel Fidalgo: Director del Laboratorio de Innovación en Tecnologías de la Información. Departamento de Ingeniería Geológica y Minera. Universidad Politécnica de Madrid.

Aquí puedes leer las 101 propuestas y otros artículos como este. Este artículo forma parte de la reflexión conjunta del proceso Calmar la Educación. Seguiremos publicando otras opiniones de personas relevantes del mundo educativo. Queremos generar un espacio de debate plural y abierto a todas las personas interesadas en la transformación educativa.
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1 Comentario

  1. Angel: quiero identificar innovaciòn educativa en el aula, a partir de indicadores de innovaciòn, como los que alguna vez publicaste. De esto, hay avance sustantivo?

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