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«Hemos asistido a un proceso de privatización de la infancia», Marta Román, fundadora de GEA 21

Hemos asistido a un proceso de “privatización de la infancia”, afirma Marta Román, geógrafa experta en integrar la perspectiva de género y generación en el urbanismo, en el claustro de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Minas y Energía, durante el conversatorio que celebramos el pasado 20 de marzo. La infancia, señala, ha sido recluida al espacio doméstico y ha sido, en consecuencia, expulsada del espacio urbano.

Su interés por el tema aparece tras la lectura de “One false move: a study of children independent mobility” de Hillman, Adams y Whitelegg. Un gráfico en concreto (abajo) le llamó la atención. En los años 70 en Inglaterra, el 80 % de los niños caminaban solos hasta la escuela. En los 90 solamente lo hacía el 8%. Recordando su experiencia personal, se dio cuenta de que en los años 70 ella iba junto a sus hermanos caminando al mismo colegio al que, 20 años después, iba su hija acompañada siempre por algún adulto. Comparó ambas experiencias y se dio cuenta de que la infancia había desaparecido de las calles, convirtiendo a los niños y niñas en prisioneros en su hogar, lo que, en su opinión, constituye  “un inmenso fracaso colectivo”.

“Cuando la infancia urbana no está domesticada es vista como una plaga, cuando se domestica nos damos el gusto de llorar su ausencia.”

La mayoría de los niños tienen que caminar solamente entre 500 m y 1000 m para llegar desde su casa al colegio. Sin embargo, hemos creado ciudades “invivibles” para la infancia. La pregunta entonces es ¿cómo hacer ciudades más seguras? ¿cómo hacemos que el tráfico en lugar de ser el anfitrión sea el invitado?

En los proyectos de “camino escolar” en los que Román participa ha podido comprobar que las familias perciben la ciudad como un espacio minado, peligroso para los niños, más allá de la presencia de tráfico. Sin embargo, las cifras no avalan esta creencia.

Además, la sociedad asume que el lugar de los niños ha de ser el hogar. Antes existía un sentimiento de comunidad que hacía de la crianza de los niños un asunto colectivo: cualquier persona podía reprender a un niño, ayudarle si lo necesitaba, etc. Hoy hay muchísimos adultos que pueden pasar muchísimo tiempo sin tener ningún contacto con la infancia. Ahora mismo ya no existe ese colchón social que antes ayudaba: los vecinos son sospechosos, ya no son un apoyo. La mayor parte de los niños dependen exclusivamente de los recursos familiares.

La sobreprotección familiar se ha establecido como un modelo de maternidad que asume que el entorno es hostil per se y que la labor como padres es defender a mi hijo de todo mal. “No hay apoyo material a la crianza pero sí vigilancia y control sobre la maternidad”, señala Román. Cuando un niño va solo al colegio, el resto de padres dicen “pobrecito, dónde estará su madre”.

 

Francesco Tonucci: “Un niño solo es un asunto colectivo, un niño acompañado es un asunto privado”.

 

Hemos idealizado la infancia. “No les puede pasar nada”, es una frase que se ha convertido “en un bien absoluto”, afirma Román. Es una imagen de la infancia que tiene que ver más con los deseos y aspiraciones de los adultos que con la realidad de los niños y niñas. En realidad, son los adultos los que cada vez dependen más de los niños. En un momento en que consideramos todas las relaciones como fragmentarias e inestables, la relación materno/paterno-filial se convierte en un pilar de solidez.

Existe también una sobreprotección estatal: para organizar una actividad con niños hay que contar con todo tipo de medidas de seguridad, condiciones extremas para salir a la calle… Los profesores de química no van a laboratorio por si se intoxican, los de educación física prefieren no poner un plinto para que no pase nada, etc…Todas estas protecciones, campanas de cristal, han derivado en la idea de que “los niños son peligrosos”, como no les puede pasar nada son una gran responsabilidad, que nadie, en previsión de lo que pueda suceder, quiere asumir. Como consecuencia, paradójicamente, “los niños nunca han estado más vulnerables”, añade, porque dependen solo del entorno familiar, que siempre va a ser más carente que todo el entorno social que antes contribuía a la educación de los niños y niñas.

Hay una disgregación social fuerte que, paradójicamente, la infancia puede ayudar a unir. Todo lo que antes asumía el entorno social en su conjunto se le achaca ahora al colegio («educacionalización de los problemas sociales», como decía Cristóbal Cobo). Cuando falla algo, la responsabilidad se dirime entre dos polos: la familia y la escuela. Marta Román defiende que ha fallado lo de en medio, la sociedad: “hay que redistribuir la carga y la tarea de la crianza”. Desde un ámbito como el del urbanismo se plantean proyectos de camino escolar que se centran en la “autonomía”. Porque los niños tienen el derecho de usar su tiempo y su espacio. Es necesario “recuperar la calma y poner a los niños en el suelo”. Devolverles, en conclusión, el espacio que les hemos negado.

Marta Román Rivas es geógrafa y trabaja como consultora en gea21 desde el año 1995. Gran parte de su experiencia profesional se centra en cómo dar voz y espacio a colectivos que habitualmente están infrarrepresentados en la toma de decisiones sobre la ciudad, como infancia, jóvenes o personas mayores.

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1 Comentario

  1. maria rosa 4 junio, 2019

    Si creo firmemente que hoy por hoy, le hemos dado a los niño mas miedo al camino, a la calle, al ambiente que los rodea, un escenario privado de un caudal de experiencias, de contactos naturales, que pueden ser un punto de partida para crecer en un mundo mas cálido, meno hostilidad humana, que es sobretodo lo que mas florece en este mundo de desconfianza del adulto al mismo, afectando obviamente en aras de proteger al niño.

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