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«Nuestro índice de alumnos repetidores es incomprensible y alarmante.»

#CalmarEdu nº93. La repetición debe ser una excepción vinculada al desarrollo del alumno, nunca una vía a la exclusión.

¿Dónde me encuentro y hacia dónde me encamino? ¿Por qué no fui consultado para nada? ¿Por qué no se me dieron a conocer de antemano los usos y las reglas establecidas, en lugar de enrolarme de pronto en el montón como una simple pieza?

El filósofo danés Soren Kierkegaard se plantea estas graves cuestiones en su famoso ensayo “La repetición”. Después explica que cualquier prueba es un reto individual y cada ser humano necesita afrontarlas con esperanza, es decir con la certeza de que las podrá superar. Y entonces la repetición es, sencillamente, la posibilidad de recobrarse a uno mismo.

¿No es esto acaso una repetición? ¿No he vuelto a ser yo mismo de tal suerte que hoy puedo conocer doblemente el significado y el valor inmensos de mi propia personalidad?

Estas ideas podrían fundamentar la filosofía de la repetición de curso, una de las más graves decisiones que el docente ha de afrontar durante su trayectoria profesional, por las enormes consecuencias que desencadena en la vida de un alumno. Y es que, al resolver que un niño o una niña repitan curso, los profesores y las familias estamos obligados a acertar. Siempre desde la incertidumbre porque, como también afirma Kierkegaard, la esperanza puede frustrarse.

En los últimos años, la repetición de curso se ha convertido en un recurso común. Bajo su bandera, se han enrolado desde el mal comportamiento hasta las ratios escolares. A día de hoy, nuestro índice de alumnos repetidores es incomprensible y alarmante. Numerosos estudios- como el realizado por el Instituto de Economía de Barcelona- han analizado ya su falta de efectividad. Por eso importa entender en profundidad qué significa y para qué sirve la repetición de curso.

Imbuidos de fe en la psicología evolutiva, un tótem incuestionable, padres y docentes estamos convencidos de que una persona se desarrolla en etapas cerradas, de manera que solo alcanzando los objetivos de una se puede llegar a la siguiente, como si la plasticidad y la complejidad de cada ser humano pudiera representarse en un tablero del juego de la oca. Por eso hemos impuesto el retrato de una infancia que parte de cero y va alcanzando progresos como quien sube escalones, con pautas que deben superarse para alcanzar la etapa siguiente. Así, hemos llegado a considerar patológico todo desarrollo más rápido o más lento que el establecido y hemos empezado a diagnosticar síndromes y disfunciones cuando el comportamiento de los niños no se adapta al estándar escrito. Al convertir la construcción personal en una escalera, damos por hecho también que llega a una cima. Y terminamos creyendo que la perfección se alcanza, cuando es un permanente intento. Por supuesto, en las programaciones escolares, los contenidos, criterios de evaluación e indicadores de aprendizaje respetan escrupulosamente esos estándares.

Los educadores, sin embargo, estamos obligados a saber que cada alumno es una persona plena en su individualidad, única en su visión, viva en su actualidad: un presente. El “ahora” es donde actuamos quienes estamos en contacto con ellos aunque nuestra influencia incida sobre su futuro. ¿Cuál sería el lugar de la repetición de curso en este contexto? Pues una decisión a tomar desde la certeza de que el alumno requiere un periodo de maduración previo a la adquisición de determinadas competencias académicas.

La segunda hipertrofia que nos agrede es la de las constantes evaluaciones. Está asociada a la primera, desde luego, pero ha llegado a convertir un instrumento de reflexión, encaminado a buscar soluciones de mejora, en un objetivo en sí mismo. Y si la evaluación es un fin y no un medio, el  profesor pierde el control sobre el sentido de su trabajo y el alumno se cosifica, es decir, se convierte en una cifra o un elemento estadístico.

Las calificaciones escolares no pueden importar más que los procesos o que los efectos de la educación sobre el progreso personal de los alumnos. Los docentes somos profesionales capaces de amplificar no el “capital humano” sino el capital del humano: el conocimiento y la cultura. En este contexto, la repetición de curso no puede ser algo parecido a un hangar: “espera aquí hasta que alcances el aprobado”. El progreso de cada alumno se cimenta en la atención a sus capacidades específicas, y solo desde ese punto, con la presencia de todo el apoyo que sea necesario, puede lograrse plenamente.

La repetición de curso debería ser un tratamiento a medida de cada persona concreta, encaminado a conceder la oportunidad kierkegaardiana de recobrarse a sí mismo y desarrollar sus posibilidades. Debemos tener presente que en nuestras aulas hay quienes, tal vez durante el periodo de un año lectivo, afrontan dificultades personales tan grandes que a cualquier adulto lo dejarían fuera de combate. Esos niños no necesitan volver a comenzar un curso – con la sensación de fracaso que conlleva- sino dilatar el tiempo de los aprendizajes con apoyo, tutoría personal, mano tendida y acompañamiento.

Ahora bien, para que esta certeza no se diluya en el océano del buenismo, deben ponerse en juego muchos recursos humanos. La innovación metodológica, la atención individualizada, la entrada de distintos profesionales en el aula, el desdoble de grupos, la presencia de profesores de educación compensatoria y de apoyo son esenciales para que la repetición deje de ser el único medio de afrontar una necesidad educativa.

Ese es el reto.

Carmen Guaita, maestra, licenciada en Filosofía, escritora.

Aquí puedes leer las 101 propuestas y otros artículos como este. Este artículo forma parte de la reflexión conjunta del proceso Calmar la Educación. Seguiremos publicando otras opiniones de personas relevantes del mundo educativo. Queremos generar un espacio de debate plural y abierto a todas las personas interesadas en la transformación educativa.

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1 Comentario

  1. Me parece un artículo muy interesante y necesario. Creo que esta es una de las tragedias de nuestro sistema educativo, el daño que se provoca a los chavales es tremendo y en muchas ocasiones está determinando su futuro negativamente. Creo que, paradójicamente, es comprensible porque a nadie le importa la educación en este país, empezando por los propios ciudadanos, padres y madres incluidos. Y por supuesto no les importa a los políticos, sólo hace falta ver en qué ha quedado el Pacto por la Educación. Por ultimo, yo añadiría otro adjetivo además de alarmante: indignante.
    En cualquier caso, gracias por escribir sobre este tema, es absolutamente necesario. Y si te parece, te sugiero ponerlo en relación con el fracaso y el abandono escolar en España, que es también una tragedia escondida.

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