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«La verdadera recuperación del alma del aula consiste en trascender sus paredes.»

#CalmarEdu nº101. La vida cambia, la escuela cambia. La escuela es la vida. Una educación abierta es aquella en la que el aprendizaje no está artificialmente separado del resto de la vida, sino que asume que el aprendizaje es vida.
Si la institución escolar no existiera y hubiera que inventarla, seguramente empezaríamos por definir un espacio, llevar allí a unos niños y elegir a un maestro. El alma del aula es eso, el lugar en el que un adulto guía a unos menores hacia la vida. Un espacio protegido en el que son tutelados en sus descubrimientos y conducidos sabiamente en el difícil proceso de humanizarse. Más o menos eso es lo que significa el verbo educar. Y seguramente por eso el aula sigue siendo un lugar arquetípico en nuestro imaginario educativo. El que identificamos con aquella escuela que aún no era graduada. La de aquel maestro republicano que cautivaba a los niños mostrándoles la lengua de las mariposas.
 
Si la institución escolar no existiera y el mundo ya fuera industrial y urbano, nuestro invento seguramente sería más complejo. Ya no habría solo un aula, prima hermana de esa única plaza mayor que en cada pueblo hacía de ágora y de picota. En ese nuevo mundo cada escuela multiplicaría sus aulas y distribuiría a los menores según sus edades para que aprendieran más cosas durante más tiempo. También distribuiría por horas a unos docentes que ya no serían aquellos viejos maestros que sabían un poco de todo, sino modernos profesores que saben mucho más de una sola una cosa. Acabamos de inventar las asignaturas y los horarios, las especialidades y los gremios. Un dispositivo programado en el que impera la disciplina de las disciplinas y en el que los objetos epistémicos priman sobre los sujetos psicológicos. Sin embargo, aunque las aulas se organicen en serie y en paralelo, y tengan más de espacios positivistas que de escenarios románticos, en estos tiempos modernos el imaginario educativo sigue evocando todavía aquel alma primigenia. Como la playa bajo los adoquines, a veces pensamos o queremos pensar que bajo la disciplina de las disciplinas sigue estando el alma del aula.
 
Pero si la institución escolar no existiera y el mundo fuera el de ahora seguramente tendríamos que inventarla de manera muy distinta. Libre por igual de esa organización tecnicista y de ese mito prístino del aula que acaba por mistificar la realidad de los centros. Porque es precisamente de eso de lo que ahora se trata. De poner en el centro a los centros. De entender que, más allá del mito del aula primigenia y de esa realidad alienante de una disciplina de las disciplinas anencefálica, la institución escolar a la que ya están llegando los niños que se asomarán al siglo XXII debería ser algo bien distinto. Como lo fue en su tiempo aquel aula primitiva, la escuela deberá seguir siendo el lugar que aporta una densidad cultural superior a la de las familias de los alumnos. Pero no porque la de cada uno de sus profesores sea superior a la de los padres (por fortuna, eso es cada vez más difícil en una sociedad que progresa), sino porque en el centro educativo el todo es mucho más que la suma de sus partes y el conjunto de la institución es un hábitat culturalmente denso y estimulante. En esta escuela imaginada no confiamos en que el enriquecimiento educativo se produzca por la mera exposición de los jóvenes a la yuxtaposición de saberes disciplinados. Al poner el centro en el centro estamos relativizando el papel del aula y también el poder de las especialidades. Ello obliga a superar la rigidez de los espacios y los tiempos que caracterizan las inercias de las instituciones escolares. Y a promover una flexibilidad organizativa que hasta ahora ha estado proscrita en las normas y casi siempre negada en las prácticas.
 
Así que habrá que repensar lo que el centro puede ofrecer y esperar de cada alumno. Y también la forma en que desde él se facilita la apertura a la vida. Así el centro será el nodo privilegiado para sistematizar las experiencias de conocimiento y de relación con el entorno. Un entorno que es físico e inmediato (la propia ciudad) o mediato (el propio país), pero también virtual (todo el acervo cultural disponible) y universal (la humanidad en su conjunto). La condición de nodo de cada centro lo es también en relación con su propia red institucional. Una red que en algunas escuelas privadas ya está sirviendo para construir innovaciones que van más allá de las efímeras experiencias singulares y que en la red pública puede y debe constituirse como una oportunidad para entender que los alumnos no solo pueden transitar por distintas aulas de un mismo centro, sino también por distintos centros (y distintos entornos familiares y comunitarios) de la inmensa red educativa.
 
Visitas cotidianas para conocer (y enseñar) lo que hacen los niños de otras escuelas cercanas, estancias programadas en centros de diferentes ciudades, intercambios en los que las relaciones entre los centros sirvan de vehículo para conectar familias y vertebrar comunidades y países…. Todo esto no debe ser lo complementario y lo extraescolar sino lo prioritario y lo esencial. El mayor esfuerzo organizativo de las direcciones no debería ser el de encajar al comienzo de cada curso los horarios de alumnos, profesores, asignaturas y aulas. Organizar y facilitar esas otras experiencias de encuentro con la vida debería ser una de las principales razones de ser de un sistema educativo bien articulado y siempre aliado de la red de instituciones culturales y cívicas con las que debería tener las intensas relaciones propias de una sociedad avanzada.
 
Esto supone nuevos retos y nuevas competencias profesionales que son bien diferentes a las que caracterizan a esos especialistas cortados y curtidos según el patrón de la disciplina de las disciplinas o las de aquellos viejos maestros de las escuelas unitarias. Son desafíos estimulantes que no podemos esperar que se resuelvan por sí solos. El tránsito hacia esa nueva institución escolar, que pone el centro en el centro porque se sabe nodo de una red culturalmente enriquecedora, se hace entre todos y se hace cada día. Se hace con cada reforma normativa inteligente, con cada propuesta directiva comprometida y con cada iniciativa docente apasionada. Así se van desactivando las inercias disciplinares, se van flexibilizando los espacios y los tiempos escolares y se va comprendiendo que la verdadera recuperación del alma del aula consiste en trascender sus paredes.
 

Mariano Martín Gordillo es profesor de enseñanza secundaria en Avilés. Ha colaborado con las Cátedras CTS+I de la OEI y en actividades de formación docente y asesoramiento técnico en distintos países de Iberoamérica. Es autor de diversas publicaciones sobre teoría de la educación, desarrollo curricular y también de numerosas propuestas didácticas como las simulaciones de controversias tecnocientíficas y el proyecto Contenedores. Escribe regularmente sobre temas educativos en el Periódico Escuela y en su blog Mácula. También escribe sobre cine y teatro.

Aquí puedes leer las 101 propuestas y otros artículos como este. Este artículo forma parte de la reflexión conjunta del proceso Calmar la Educación. Seguiremos publicando otras opiniones de personas relevantes del mundo educativo. Queremos generar un espacio de debate plural y abierto a todas las personas interesadas en la transformación educativa.
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4 Comentarios

  1. Antonio Sánchez 26 julio, 2018

    Hola Mariano. Sólo una pregunta… Cuando reflexionas esto ¿Piensas sólo en la escuela privada?

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    1. Mariano Martín Gordillo 27 julio, 2018

      Por supuesto que no. Pienso principalmente en la escuela pública. La que tiene esa inmensa red institucional que podríamos aprovechar mucho mejor si superamos el mito del aula y la disciplina de las disciplinas.

  2. Luz Stella Díaz Ángel 30 julio, 2018

    Buenas tardes, el artículo evidencia, aunque no se nombra, la investigación desde el aula de clase a partir del desarrollo por proyectos, los cuales permiten la integración curricular, la formación integral, el aprendizaje vivo-real, el desarrollo de la palabra viva del educando e inclusive del maestro, se pone en primer plano la imaginación, observación, se da vida a la pregunta como estrategia pedagógica, se da relevancia a contextos ambientales, culturales, políticos, educativos, ente otros. Me identifico totalmente con la propuesta de este artículo.

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  3. Silvy Lerette 4 septiembre, 2018

    Buen día Mariano, muy consistente tu reflexión en tres escenarios que imagino conviven intermitentemente, o al menos yo lo siento así.
    El tercer escenario es una lucha política desde mi punto de vista.
    Hay fuerzas disciplinarias que no quieren perder poderes y dominios que se resisten. Hay propuestas puntuales sin sistematizar.
    Soy docente de Ciencias Biológicas y cuando los estudiantes proponen proyectos concretos que abarcan varias disciplinas me enfrento como docente a evidenciar que los profesores no admiten no saber o no quieren darlo a conocer y eso plantea un muro difícil de derrumbar.
    Ahí un nudo en el imaginario a desatar.
    Que va unido a la escencia de nuestra tarea actual.
    Es el arquetipo original.
    Gracias por el espacio y tus palabras.

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