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«La revolución educativa no puede quedar en manos de empresas privadas que controlan la tecnología»

#CalmarEdu nº39. La tecnología puede y debe funcionar como un recurso que nos permita emplear mejor el tiempo escolar.

Actualmente todo el mundo está de acuerdo en que la tecnología puede y debe ayudar al alumno, al profesor y a los padres para mejorar el aprovechamiento del tiempo escolar. Los nuevos recursos tecnológicos facilitan el trabajo colaborativo entre profesores, padres y alumnos. El profesor puede incluso personalizar el proceso de aprendizaje dependiendo de los criterios que considere importantes y del proceso de aprendizaje de cada alumno. Los espacios virtuales para el aprendizaje tienen que ser participativos y colaborativos y pueden convertirse en una palanca de cambio en la educación. Hoy es más necesario que nunca aprender a aprender y desarrollar en el alumno un espíritu crítico. La colaboración exige soluciones compartidas e invertir, en ocasiones, la jerarquía tradicional. Un alumno puede convertirse en un profesor de otro alumno; un padre puede ayudar a otros compañeros y no solo a su hijo; el profesor puede convertirse en alumno, por ejemplo de un colega, y aprender nuevas formas de enseñar…

Pero las nuevas tecnologías no deben ser solo un recurso que nos permita optimizar el tiempo de estudio, sino que deben de servir para cambiar la forma en que aprendemos y enseñamos. De la misma forma que no es posible entender actualmente la medicina sin tecnología, el futuro de la educación tiene que estar ligado necesariamente a las nuevas tecnologías.

Hasta hoy, el sistema educativo ha venido utilizando medios y métodos propios del siglo XIX: se siguen utilizando el libro de texto y la clase magistral como recursos principales. Frente a ello, la tecnología nos ofrece la posibilidad de cambiar y mejorar nuestra forma de aprender. Editar los mismos libros de texto en forma digital no es la solución. La enseñanza demanda una revolución más profunda que reproducir el modelo del siglo XIX digitalizado. En un contexto global caracterizado por el auge de la tecnología de la información y de la biotecnología es necesario plantearnos qué vamos a hacer y hacia dónde nos dirigimos para poder redefinir el papel de la educación en el siglo XXI.

Como señala la economista y profesora de la Universidad de Sussex, Mariana Mazzucato  (“An Entrepreniural Society needs an Entrepreniural State” en  Harvard Business Review , 25 octubre, 2016) el tercer milenio demanda y exige una sociedad emprendedora y enfocada en la innovación. En los países más innovadores (EE.UU, Israel, Dinamarca, incluso China) el estado no es un mero ente burocrático, sino una organización con visión de futuro y capacidad para asumir riesgos. En EE.UU., por ejemplo, tras la etiqueta de modelo económico liberal, existe una red descentralizada de organizaciones públicas inteligentes (con ciclos de retroalimentación en toda la cadena de innovación), que están detrás del éxito de las empresas asentadas en Sillicon Valley.

Actualmente, las 5 empresas más “valiosas” del mundo (Apple, Google, Microsoft, Amazon y Facebook) están relacionadas con la tecnología y el mundo digital y ejercen una influencia importante sobre nuestra sociedad. Recientemente, Sandy Parakilas, ex Director de operaciones de Facebook, comentaba en el diario El País que Facebook fue uno de los factores más importantes en el éxito de Trump.

Ante este estado de cosas, es cada vez más necesario que los estados recuperen su papel estratégico, emprendedor, visionario y que ejerzan como verdaderos reguladores. La revolución educativa no puede quedar en manos de empresas privadas que controlan la tecnología. Son los estados los que deben marcar el camino, definir las prioridades y proveer los medios para preparar al alumno para el mundo que viene. La educación debe de ser abierta, colaborativa, global, descentralizada. Y para ello es necesario reformular las leyes que regulan la propiedad intelectual. Como señala James Boyle en The Public Domain, Enclosing the Commons of the Mind debemos ser conscientes de nuestras propias decisiones y del tipo de leyes que aprueban nuestros políticos:

“Estamos tomando malas decisiones que tendrán un impacto negativo en la cultura, los colegios de nuestros hijos y nuestras redes de comunicación; en la libertad de expresión, la medicina y la investigación científica. Estamos desperdiciando parte de la promesa de Internet…”

Y, aunque este es otro asunto, deberíamos preguntarnos también cómo poder compartir contenidos educativos sin infringir la ley. Quizás, como plantea Cable Green en Por un acceso libre y legal a la educación, la solución sería que los gobiernos dispusieran de licencias de uso libre para el acceso a recursos educativos financiadas con fondos públicos.

Celina Roig Rambla: Licenciada en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Experto en fotografía publicitaria. Formación de postgrado en Community management y marketing digital. Experiencia de más de 20 años en las áreas de diseño, publicidad y marketing (online y offline) y como webmaster en empresas nacionales y multinacionales. Experiencia como Directora Creativa en agencias de publicidad. Experiencia en el desarrollo de creatividad para eventos y congresos y en la elaboración de materiales para departamentos de marketing.

Aquí puedes leer las 101 propuestas y otros artículos como este. Este artículo forma parte de la reflexión conjunta del proceso Calmar la Educación. Seguiremos publicando otras opiniones de personas relevantes del mundo educativo. Queremos generar un espacio de debate plural y abierto a todas las personas interesadas en la transformación educativa.
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