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«La construcción biográfica, el desarrollo de una identidad reconocible, autónoma y separada son el asunto de toda vida provechosa.»

#CalmarEdu nº3. El efecto de la acción de aprendizaje siempre es individual, pero se da en un contexto social. Sin la atención de la sociedad la educación es instrucción.
Los niños salvajes o los niños confinados han sido uno de los grandes temas de fascinación y reflexión educativa a partir de la Ilustración, una de cuyas conjeturas era la de que, en ausencia de interacciones sociales que degradaran su naturaleza, las personas eran naturalmente buenas. El estudio de esta clase de fenómenos, los de los niños salvajes, que podríamos definir como experimentos raros que la naturaleza produce de tanto en tanto haciéndose responsable, si cabe decirlo así, de la educación y crianza de un individuo de la especie humana en ausencia de sociedad, permitiría corroborar o hacer falsa aquella hipótesis que, por utilizar las palabras de Rousseau, podríamos denominar del «buen salvaje».

A poco que uno examine las cosas cuidadosamente, la hipótesis del buen salvaje o de la bondad natural del hombre en ausencia de influencia social, proyecta una sombra de sospecha sobre la escuela, espacio moderno de socialización por excelencia y artefacto político diseñado para la fabricación social de igualdad de oportunidades. Mientras que la escuela representaría algo así como el «afuera» de la naturaleza, la familia sería, en este modo de considerar las cosas, el espacio de los vínculos naturales o morales, que tanto da una cosa como la otra, originales y buenos. La familia se entiende así como el acogedor topos esencial que nos protegería de la inagotable erosión que la sociedad ejerce sobre la naturaleza individual. La riqueza, variabilidad y diversidad de la vida familiar se opondría con ventaja al carácter uniformador de los ulteriores procesos de socialización escolar.

Esta tensión entre familia y escuela, entre conservación y progreso, recorre toda historia de la institución educativa y es a lo que creo que se refiere este punto 3 que comento del Manifiesto #Calmar la Educación con la locución «contexto social» y, también, con esa misteriosa conclusión «sin la atención de la sociedad la educación es instrucción» que, en este marco que acabo de sugerir, la entiendo como toda una declaración de principios, pues, en contra de lo que pueda parecer, supone que semejante espacio natural no existe de un modo totalmente separado o autónomo o que no debe ser dejado por completo a su propio gobierno.

Habitualmente damos por hecho que todos los padres desean lo mejor para sus hijos y, aunque todos conocemos casos en los que esa proposición probablemente no resulte cierta, en general consideramos que las cosas son así, y con frecuencia lo son. Sin embargo, mientras la familia (o a veces su ausencia) es a la vez condición y origen de toda vida, quizá convendría evitar que fuera también su destino. La construcción biográfica, el desarrollo de una identidad reconocible, autónoma y separada son el asunto de toda vida provechosa. Es a lo que supongo que se refiere este punto 3 cuando habla del “efecto” del aprendizaje, que es “siempre individual”.

Las familias, a pesar de que demos por hecho las buenas intenciones de sus progenitores, resultan demasiado diversas en sus recursos de renta, influencia y poder sociales, culturales y aspiracionales como para confiarles en exclusiva ese proyecto individual que finalmente hace de las personas sujetos políticos, capaces de interactuar y participar con criterio en el trabajo, conversación y diálogo sociales y de influir en el modo en el que ordenamos colectivamente nuestras preferencias. Ello, probablemente, sería imposible en ausencia de un marco educativo razonablemente garantizado, común y comprometido con la realización del programa de igualdad de oportunidades, un marco que asegure a todas las personas su derecho a dotarse de las fortalezas para poder construir su vida de manera autónoma y útil.

Actualmente, existen movimientos que propenden a no escolarizar a los hijos y a educarlos en casa. Estos movimientos, minoritarios, probablemente son la expresión más extrema de un discurrir mucho más amplio y extendido que tiende a la progresiva incorporación e inclusión de la familia en todos los órdenes de la vida escolar y educativa. Un individuo es, primariamente, el resultado o la expresión de un conjunto de instrucciones genéticas a la que la familia dota de un primer marco de despliegue proporcionándole un espacio de valores y una primera visión del mundo, proveyéndole así de un segundo grupo de instrucciones, si se quiere. Pero de un modo que, al menos a mí, se me hace evidente, hay algo de confinamiento y destino en quedarse ahí, hay algo de vida sometida y determinada; determinada por un conjunto de instrucciones o, como se diría ahora, comandos. Una biografía es un proyecto creativo, autónomo, un viaje si se prefiere, un salir de y un ir hacia, o, mejor, un ir yendo, y la escuela proporciona una parte importante del billete para ese trayecto. Supongo que es a lo que se refiere Gil de Biedma cuando escribe en “No volveré a ser joven”, sin duda uno de los grandes poemas en lengua castellana del siglo XX, que “como todos los jóvenes / yo vine a llevarme la vida por delante. / Dejar huella quería / y marcharme entre aplausos”. ¿Qué puede ser ese llevarse “la vida por delante” sino romper, ampliar y completar ese conjunto esencial de instrucciones que nos viene dado con nuestras capacidades creativas adquiridas en cierto modo a pesar de todo, “dejar huella quería”, incluido nuestro origen?

Probablemente nunca hayan existido niños salvajes, pero sí niños abandonados o descuidados o mal cuidados o cuidados de formas extrañas o perversas. Los «niños salvajes» serían entonces aquellos que se han criado sin interacción social después de un suceso original o traumático o, en el caso de los recluidos, con una muy escasa y por lo general amenazante y violenta interacción familiar.

Quizá el caso más célebre de niño salvaje sea el de Víctor de Aveyron, aparecido en Francia en 1799 y tratado de rehabilitar para la vida en sociedad por el médico y pedagogo Jean Marc Gaspard Itard. Aveyron presentaba algunas cicatrices, una muy importante en la garganta, cuando fue encontrado. Unas cicatrices que respondían a heridas que, probablemente, se las hizo “alguien”, “antes”. Los intentos para incorporarlo a la vida social dieron, a lo que parece, muy escaso resultado. «Victor» nunca aprendió a hablar ni a comportarse. François Truffaut realizó una maravillosa película sobre el tema, El pequeño salvaje, estrenada en 1970, donde se reserva para él mismo el papel del Dr. Itard.

Entre nosotros, el caso documentado más reciente es el de Marcos Rodríguez Pantoja, que vivió 11 años, a partir de los 7, solo y rodeado de lobos en Sierra Morena, hasta que en 1965 la Guardia Civil lo descubrió y rescató para la vida social. A los 7 años, su padre lo vendió a un pastor, que al poco murió. A lo que parece, cuando lo encontraron, tuvo que ser reducido, atado y amordazado pues aullaba y mordía como un lobo. Gabriel Janer Manila fue el antropólogo que documentó el caso. Entre 1975 y 76 entrevistó a Marcos con el fin de establecer las medidas educativas para su reinserción. El resultado de estos trabajos pueden visitarse en su libro «He jugado con lobos», que a su vez dio lugar a una película, realizada por Gerardo Olivares, estrenada en 2010, «Entre lobos».

En 1828 apareció en la ciudad de Nuremberg un niño de unos 16 años, descuidado, al que se puso el nombre Kaspar Hauser. Werner Herzog hizo una película sobre su caso y su extraña muerte acaecida 5 años después, en 1833. Algunas hipótesis señalan que el destino de Kaspar, que sería un príncipe de la región de Baden, fue el resultado de alguna intriga sucesoria. En un momento de la película, Kaspar manifiesta. “Sí, a mí me parece que mi llegada a este mundo ha sido…como una caída…”

“Cuando la travesía emprendas hacia Ítaca / pide que sea largo tu camino, / lleno de aventuras, pleno de saberes”, escribe Kavafis, según la estupenda traducción de Ramón Irigoyen, en la primera estrofa de «Ítaca». Y un poco más adelante, añade: “Pide que sea largo tu camino / y muchas las mañanas de verano / en que –con qué placer, con qué alegría- entres en puertos nunca vistos”. Entrar en puertos nunca vistos, esa podría ser una de las definiciones más sucintas, mejores y esenciales de la función de la escuela. Una función que las familias no pueden realizar pues precisamente ellas son Ítaca, el puerto que nos ha sido dado, por siempre conocido.

Sin duda, la familia es el origen y proporciona el conjunto de instrucciones básico, pero no tiene que ser ineludiblemente el destino, aunque en los casos felices sea la Ítaca a la que algún día hemos de regresar, pero sólo después de que el camino haya sido transitado y largo, “lleno de aventuras, pleno de saberes”. Y la escuela, esa construcción política e ilustrada y separada del orden natural, parece ser una condición necesaria para ello.

Aquí puedes leer las 101 propuestas y otros artículos como este. Este artículo forma parte de la reflexión conjunta del proceso Calmar la Educación. Seguiremos publicando otras opiniones de personas relevantes del mundo educativo. Queremos generar un espacio de debate plural y abierto a todas las personas interesadas en la transformación educativa.

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