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«Es necesario que la investigación e innovación educativa estén valoradas profesionalmente mediante créditos de formación docente.»

#CalmarEdu nº64. Hay que crear oportunidades y entornos para el desarrollo profesional basado en la investigación y orientado a la práctica.

La investigación educativa es un proceso riguroso que pretende conocer, y mejorar la práctica de un aspecto de la realidad educativa: docente, organizativa, curricular, inclusión, convivencia, relación con otros centros, organismos, asociaciones o  instituciones, etc. Por tanto, es imprescindible para identificar y diagnosticar las necesidades y promover cambios eficaces en las prácticas educativas.

Este proceso, indispensable para renovar y transformar los ambientes educativos de modo que respondan a las necesidades reales de los alumnos y docentes y sus contextos, ha sido llevado a cabo, en muchas ocasiones, por profesionales y organizaciones no vinculados directamente con los centros escolares, en la que podríamos llamar una investigación “a distancia”, donde el aula o el centro se utilizan, puntualmente, como un laboratorio de investigación. El principal inconveniente de este modelo de investigación “a distancia” es que no se relaciona con los contextos y necesidades reales de los docentes, el alumnado y sus familias y, con frecuencia, sus resultados se guardan en publicaciones que no llegan ni a los centros docentes ni al profesorado que, circunstancialmente, colaboró en la investigación.

Actualmente, es más frecuente que la investigación educativa en los centros la realicen  sus protagonistas: profesorado y alumnado. Si los profesores van a ser los responsables de poner en práctica las mejoras e innovaciones que surjan tras una investigación educativa, por qué no ser también los protagonistas de esa investigación. Aparece así un nuevo rol: el profesor investigador como líder innovador.

Son muchas las ventajas de este modelo de investigación educativa “in situ”. Por ejemplo, evita la distancia entre práctica docente e investigación, ya que el profesor es el intermediario entre ambas, es decir, un ente activo del proceso de investigación y de sus resultados que puede aplicar de forma inmediata en su contexto. De este modo, cuando un profesor o equipo de profesores, tras un proceso de investigación educativa, diseña un proyecto de innovación, se compromete con este proyecto y lo pone en marcha. No hay innovación sin el convencimiento de la comunidad educativa y sin que las propuestas innovadoras sean interiorizadas por esta.

Por otro lado, si el objetivo principal del desarrollo profesional del profesorado es facilitar el aprendizaje y mejorar el rendimiento del alumnado, esta forma de investigación educativa orientada a la práctica, debería servir para el desarrollo profesional docente (DPD) entendido, no como un conjunto de eventos independientes superpuestos en un historial de formación, sino como un proceso relacionado directamente con el contexto educativo en el que desempeña su profesión. El sistema educativo debe potenciar y reconocer el rol del profesor investigador en el aula y, para ello, es imprescindible crear entornos educativos y oportunidades que favorezcan y contribuyan a la realización de esta forma de DPD.

Para empezar, es fundamental que la formación inicial del profesorado incluya conocimientos acerca de cómo llevar a cabo una investigación educativa rigurosa  y extrapolable y, para continuar, es necesario que la investigación e innovación educativa estén valoradas profesionalmente mediante créditos de formación docente.

Conectar la formación inicial del docente con la formación permanente del profesorado a través de la investigación educativa y reconocer esta como parte del DPD la convertiría en una práctica habitual en los centros educativos en vez de ser considerada como algo extraordinario y propio de profesores entregados, casi de héroes.

Es fundamental la organización de convocatorias de proyectos de innovación y de jornadas de divulgación de los mismos. Asimismo el profesorado debe contar con la posibilidad de publicar los resultados de sus investigaciones y se le debe facilitar las comunicaciones con otros grupos de investigación de diferentes centros.

Por otro lado, la investigación educativa (planificación, desarrollo y evaluación) necesita un trabajo en equipo en el que se integren proyectos comunes. Los profesores investigan junto con otros profesores. La autonomía pedagógica y organizativa de los centros debe estimular el trabajo en equipo del profesorado, para lo cual es necesario asegurar la permanencia en los centros de los equipos de profesores investigadores e innovadores. Un proyecto de investigación, cuyos resultados darán lugar a un plan de mejora, tiene una duración superior a un curso escolar, lo que es incompatible con la movilidad anual de parte del profesorado.

Este tipo de  proyectos de investigación suele comenzar por afectar solo a un aspecto concreto del funcionamiento de un centro pero, poco a poco, implicará a todo el centro o a gran parte de él. Esto supone un cambio global en la organización temporal y espacial de los centros que los equipos directivos deben afrontar. Horarios de determinados profesores que permitan la coordinación entre ellos y su coincidencia en grupos de alumnos concretos, o al revés, su distribución en diferentes grupos concretos de alumnos de un mismo o diferente nivel. Posibilidad de agrupar el alumnado de formas diferentes, más o menos flexibles, en función de las necesidades de la investigación y estructuración flexible de los espacios.

El modelo de la investigación educativa orientada a la práctica y realizada por el profesorado de los centros, contribuye al paso de un profesor que trabaja en su aula de forma independiente y en una transmisión del conocimiento dividido en áreas independientes y estancas, a un profesorado que trabaja en equipo en una transmisión del conocimiento de forma integradora. Asimismo, contribuye al paso del trabajo individual del alumno con instrumentos y materiales cerrados, al trabajo colectivo con materiales abiertos y cambiantes, y al paso de una escuela como entorno cerrado y única fuente de conocimiento, a escuelas abiertas al entorno y permeables al conocimiento actualizado.

Estilos de aprendizaje, tipos de agrupamientos del alumnado, estrategias de inclusión, resolución de conflictos, utilización del entorno como recurso educativo, formas de uso de las nuevas tecnologías en el aula, etc., que hoy son habituales en los centros educativos, surgieron, en su día, como planes de mejora y proyectos de innovación, fruto de las investigaciones educativas de grupos de profesores que sintieron la necesidad de mejorar la realidad educativa en la que trabajaban.

María Isabel Piñar Gallardo: Catedrática de Física y Química. Directora del IES San Isidro (Madrid). Ha impartido ponencias sobre organización escolar, documentos institucionales, interculturalidad, convivencia e inclusión, competencias clave, y recuperación del patrimonio histórico de los IES. Autora de libros de texto de Física y de Química en las editoriales Edelvives y Oxford University Press España. Ha publicado artículos sobre convivencia escolar e inclusión, resolución de conflictos, competencias clave y sobre la historia y el patrimonio histórico del IES San Isidro.

Aquí puedes leer las 101 propuestas y otros artículos como este. Este artículo forma parte de la reflexión conjunta del proceso Calmar la Educación. Seguiremos publicando otras opiniones de personas relevantes del mundo educativo. Queremos generar un espacio de debate plural y abierto a todas las personas interesadas en la transformación educativa.

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