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«El maestro es pues más de lo que él mismo era antes de llegar a serlo.»

#CalmarEdu nº52. Hay que enseñar menos cosas, pero más relevantes para los alumnos y con más profundidad. Aprender sin interés desvirtúa el proceso de aprendizaje y lo merma. Es fundamental suscitar el interés por el conocimiento que va a ser aprendido y, con ello, favorecer la motivación por aprender para seguir aprendiendo.

Educación procede de “educere”, guiar, conducir. Ateniéndose a esa etimología, María Zambrano sostenía que educar consiste en guiar al que empieza a vivir en una marcha responsable a través del tiempo, siguiendo una cierta dirección porque esa marcha tiene una finalidad. Esa labor de guía consiste fundamentalmente en orientar en la búsqueda del conocimiento de la realidad dado que la vida humana es un viaje hacia la realidad. Quien eduque ha de ayudar, por tanto, al educando, “a que se despierte a la realidad en modo tal que la realidad no sumerja su ser, el que le es propio, ni lo oprima, ni se derrumbe sobre él”.

Ese guía es pues el elemento clave en la conducción responsable en la vida del alumno, -que significa “el que es alimentado”-, en cualquier momento vital en el que se encuentre, sea la infancia, la adolescencia o la madurez, etapas vitales asociadas a las tres grandes fases del sistema educativo: la primaria, la secundaria y la universitaria o técnico-profesional.

El mencionado educador-guía es el maestro, palabra que viene de “magister”, y esta de “magis”, un adverbio comparativo, por lo que viene a significar un grado supremo: es lo más. Expone entonces María Zambrano que “el maestro es, pues, más de lo que él mismo era antes de llegar a serlo. Se trata del grado supremo del hacer… del saber de aquello que hay que enseñar y de saber enseñarlo”.

Esa tarea implica no sólo una labor de transmisión de conocimientos, valores y virtudes, en la que su actuación está sometida a un perpetuo examen, sino también de mediación ante los estudiantes de manera que, según lo define esa filósofa malagueña quien hizo el grueso de sus reflexiones pedagógicas en su exilio, “el maestro es mediador sin duda alguna entre el saber y la ignorancia, entre la luz de la razón y la confusión en que inicialmente suele estar todo hombre”.

Como el docente es la clave de bóveda del sistema educativo los pedagogos han reflexionado continuamente sobre las características que ha de tener un buen maestro.

Conviene destacar al respecto las consideraciones llevadas a cabo por Manuel Bartolomé Cossío. Para el organizador y director del Museo Pedagógico, entre 1882 y 1929, resultaba relativamente secundario lo que el alumno ha de aprender respecto de la manera en cómo debe aprenderlo. Las lecciones de cosas había que extraerlas de la realidad misma, que constituía el primer material de enseñanza, “el que está siempre vivo, el que no se agota jamás”. Pero ese material había que saber buscarlo y aprender a verlo e interpretarlo, tarea de la que era responsable el maestro quien tenía que estar en condiciones de vivificar el material para lo que había que invertir recursos adecuados en su formación. El maestro tenía que conseguir que el niño investigase y descubriese lo ya descubierto para que más tarde, investigando por sí, pudiese encontrar con verdadera originalidad, lo que aún no se sabía.

Firme partidario de una educación activa y viva, en la que los materiales educativos usados en la escuela primaria se fabricasen en ella, como obra del trabajo común de maestro y alumnos, Cossío sostenía que “el hombre educado no es el que sabe, sino el que sabe hacer, y transporta, mediante la acción, a la vida las ideas. Y a hacer, sólo se aprende haciendo, y a indagar y pensar, que es un hacer fundamental, pensando, no pasivamente leyendo, ni contemplativamente escuchando”.

Estos pedagogos, que forman parte de una tradición democrática-liberal hispana, impulsaron una enseñanza dialógica, en la que tan importante es la labor del que enseña como la del que aprende ya que el primer educador es el propio educando. Sus planteamientos han tenido una gran resonancia en la labor de muchas empresas educativas que se han desarrollado y se siguen desarrollando en la sociedad española contemporánea, y han influido en el quehacer cotidiano de muchos docentes que supieron y saben transmitir con eficacia y entusiasmo las claves de determinadas materias, fundamentales para entender la materia, la vida y las sociedades del mundo que nos rodea.

Una institución educativa que supo encontrar un equilibrio entre la oferta y la demanda de conocimientos necesarios para el desarrollo armónico de la personalidad, buscando una formación integral de su alumnado, fue el Instituto-Escuela de Segunda Enseñanza que desarrolló su existencia entre 1918 y 1939, bajo la dirección de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE) y cuyo centenario estamos conmemorando este año como se informa en un podcast, elaborado en mi institución hace unas semanas (se puede escuchar aquí). Parte de los estudiantes de aquellos institutos-escuela anhelaban el tránsito rápido del fin de semana para volver los lunes a sus aulas donde aprendían de una manera “sui géneris”, lúdica y esforzada, gracias al compromiso con la labor docente de sus profesores a los que la JAE, en la que tanto influyó Cossío, imbuyó de un “savoir faire” que conviene recuperar.

Uno de ellos, el matemático Pedro Puig Adam con larga trayectoria en el Instituto San Isidro de Madrid, escribió una especie de decálogo en el que expresó las claves de su ideario y práctica pedagógica.  No está de más para finalizar estas reflexiones reproducirlo por su interés didáctico, extrapolable a la labor de cualquier docente de cualquiera materia en cualquier aula y en cualquier tiempo, pues como historiador estoy convencido de que escudriñar el pasado y extraer lecciones de él permite impulsarnos al futuro.

He aquí pues tal decálogo:

“1. No adoptar una didáctica rígida, sino adaptada en cada caso al alumno, observándole constantemente.

2. No olvidar el origen concreto de la Matemática ni los procesos históricos de su evolución.

3. Presentar la Matemática como una unidad en relación con la vida natural y social.

4. Graduar cuidadosamente los planos de abstracción.

5. Enseñar guiando la actividad creadora y descubridora del alumno.

6. Estimular esta actividad despertando interés directo y funcional hacia el objetivo de conocimiento.

7. Promover en todo lo posible la autocorrección.

8. Conseguir una cierta maestría en las soluciones antes de automatizarlas.

9. Cuidar que la expresión del alumno sea traducción fiel de su pensamiento.

10. Procurar a todos los alumnos éxitos que eviten su desmoralización”.

Referencias bibliográficas.-

Manuel Bartolomé COSSÍO, El maestro, la escuela y el material de enseñanza y otros escritos, edición de Eugenio Otero Urtaza, Madrid, Biblioteca Nueva-Ministerio de Educación y Ciencia, 2007.

María ZAMBRANO, Filosofía y Educación. Manuscritos, edición de Ángel Casado y Juana Sánchez-Gey, Málaga, Editorial Ágora, 2007.

Víctor GUIJARRO, “Pedro Puig Adam (1900-1960)”, en Aulas abiertas. Profesores viajeros y renovación de la enseñanza secundaria en los países ibéricos (1900-1936), editores Leoncio López-Ocón, Víctor Guijarro y Mario Pedrazuela, Madrid, Dykinson editorial-Universidad Carlos III, 2018.

Leoncio López-Ocón Cabrera: Instituto de Historia-Consejo Superior de Investigaciones Científicas-Madrid

Aquí puedes leer las 101 propuestas y otros artículos como este. Este artículo forma parte de la reflexión conjunta del proceso Calmar la Educación. Seguiremos publicando otras opiniones de personas relevantes del mundo educativo. Queremos generar un espacio de debate plural y abierto a todas las personas interesadas en la transformación educativa.
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