CARGANDO

Buscar...

AEA Voz Educación Abierta

Contra la personalización de la educación a través de la tecnología

Una moda nos vende la tecnología educativa como el remedio para personalizar la educación de los niños, adaptando el ritmo del aprendizaje y los contenidos impartidos a base de vídeos, evaluaciones automáticas y adaptaciones de los entrenamientos y ejercicios a las competencias alcanzadas. Esa personalización supondrá un salto de calidad cualitativo en la educación de nuestros niños.

Pues no. Esa personalización es un error.

Entiéndanme, no digo que sea algo malo. Es de hecho una mejora notable sobre la situación actual de “café para todos”. También la vela latina supuso un avance notable en la navegación a vela. Pero la educación no necesita mejoras marginales, necesitamos un cambio de paradigma radical. Necesitamos abandonar la navegación a vela y descubrir cómo se navega a motor. La personalización a través de la tecnología es una cierta mejora, sí, pero una mejora insuficiente que nos distrae de la búsqueda de nuevos modelos.

Uno de ellos es el del aprendizaje como acto social.

En el modelo clásico de educación el dueño del saber es el profesor. El niño es un recipiente pasivo que recibe ese saber cómo algo cosificado. El modelo supuestamente “moderno” sustituye al profesor por un dispositivo tecnológico. Pero el niño sigue siendo un recipiente de algo impuesto desde fuera. El saber sigue siendo un objeto externo. Y el niño sigue estando sólo, aislado. Tecnología moderna para un modelo pedagógico rancio y de poco recorrido. Mismos métodos pedagógicos, mismos (malos) resultados.

Como dijo Luis Von Ahn, fundador de DUOLINGO en una entrevista para El País, “la meta de todas las aplicaciones educativas debería ser que los teléfonos móviles sean los tutores uno a uno de las personas”. Pero, ¿de verdad queremos que nuestros hijos se encierren en una habitación con una APP o viendo vídeos?.

Frente a ese modelo, tenemos el de Michel Barlow, un maestro de maestros, al que sus alumnos de le pedían clases extra los viernes por la tarde y le reconocían la huella imborrable que dejaba en sus vidas. Según Barlow, “No se trata de dar 20 o 30 clases particulares. Sería renunciar a la preciosa fuente de inspiración de una clase colectiva. Y aún peor, renunciar a que dialogaran entre sí, ejercicio mucho más formativo que todos los discursos imaginables” (Diario de un profesor novato, París, 1969). Es el modelo del aprendizaje social. Desde luego, eso sí lo querría para mis hijos, mucho más que la relación uno a uno con un teléfono móvil.

Y lo mejor es que, en realidad, el método del aprendizaje social es algo fácil y natural. Estamos rodeados de ejemplos. De hecho, casi todas las grandes experiencias educativas de nuestra vida son aprendizaje profundamente social: el juego de los niños, los deportes, el aprendizaje de una profesión rodeado de tus compañeros, aprender a jugar a las cartas, el dominio de un lenguaje, adquirir los códigos de la cultura de una sociedad o de la empresa en la que empiezas a trabajar… Incluso en el mundo educativo formal hay ejemplos. El método del caso de las escuelas de negocio. El sistema de aprendices y maestros de la edad media (o la FP dual de Alemania). Muchos de los profesores propuestos para el “Global Teacher Prize” – el “Nobel” de los profesores – también practican el aprendizaje social: Richard Gerver explota el concepto de juegos de rol en emisoras de radio, televisiones o cafés simulados. Michael Soskil conectó a los alumnos del Wallenpaupack South con los niños de las aulas kenianas. Los alumnos de Joe Fatheree escriben libros o dirigen películas sobre la pobreza.

Nos cuesta pensar la educación escolar como un acto social porque nos limitamos a nosotros mismos. Pensamos acorde al viejo modelo de la educación individualizada y cosificada. Hemos sido educados de una manera e, inevitablemente, aunque les demos un barniz tecnológico, tendemos a repetir los patrones anticuados que hemos mamado de pequeños. Si pensamos en barcos a vela seguiremos obteniendo navegación a vela. Abramos los ojos y la mente a otros modelos. Estamos rodeados de oportunidades de practicar el aprendizaje social.

Pero, ¿Cuál es entonces el papel de la tecnología en todo esto?. El de facilitador, ni más ni menos.

En realidad, ya hay profesores que están aplicando el método del aprendizaje social. Y no hace falta acudir al Global Teacher Prize. El profesor que transforma su aula en un mercado para que los niños aprendan matemáticas practica el aprendizaje social, como lo hace el maestro que pide a sus niños que hagan vídeos con sus propias versiones de obras clásicas. Eso lo han vivido mis hijos. Pero esos profesores siguen siendo minoría. Y la carga de trabajo es difícil de asumir.

La tecnología tiene el poder de hacer accesible esas maravillas a todos los profesores y de una manera cómoda y sencilla.

El profesor que sigue el modelo clásico tiene el alivio del libro de texto. El profesor que sigue el método del aprendizaje social debe inventar todo desde cero: actividades, evaluaciones, materiales docentes, programaciones… sin por ello dejar de atender el día a día de las clases. Por el mismo precio el profesor tiene que desempeñar el papel de docente y el de autor de editorial.

Pero el libro de texto no sirve para conectar a personas. El libro es una “tecnología” individual. Para conectar a la gente necesitamos, evidentemente, tecnología. Sin embargo – y ahí está el error – la mayor parte de las APPs se centran en que un niño se relacione individualmente con una máquina. Ya sabemos: “la meta de todas las aplicaciones educativas debería ser que los teléfonos móviles sean los tutores uno a uno de las personas”.

Pero, ¿por qué no usamos la tecnología para que grupos de personas se comuniquen con otras personas?. ¿Podemos pensar una APP pensada para funcionar mejor con un grupo de 30 niños en vez de con uno sólo de manera individual?

De la misma manera que una baraja de cartas es una “tecnología” que posibilita muchas dinámicas sociales que sin esa tecnología no podrían llevarse a cabo, las TIC, bien pensadas, abren las puertas a un mundo casi infinito de situaciones de aprendizaje significativo y emocional basado en la interacción de personas.

Como el libro de texto, la tecnología puede permitir la reutilización de ideas y materiales. El profesor no tendrá que reinventar la rueda cada vez que vaya a dar una clase. Y la tecnología puede liberar al docente de tareas rutinarias de distribución de materiales y corrección de ejercicios propias de un administrativo para que se pueda centrar en la relación personal con los niños.

Podemos soñar con niños que adoran las matemáticas y que disfrutan las clases de lengua. Con niños que dicen que les encantaría ir al colegio. Con niños que piensen que ir al colegio a aprender es algo maravilloso. Ni más ni menos esos son los resultados que podemos pedir al aprendizaje social. Una verdadera revolución.

El camino es pensar la educación como algo que surge de la interacción de personas con otras personas. Utilizar la tecnología para que una máquina de clases particular a nuestros hijos es apartarnos de ese camino.

Etiquetas

4 Comentarios

  1. jfcalderero 1 septiembre, 2017

    Acertadísimo artículo.
    @JFCalderero

    Responder
  2. RaulCesVen 4 septiembre, 2017

    Muy acertado. Artículos así son necesarios para evitar «salirse del camino» ¡un abrazo!

    Responder
  3. Rafael Morales Gamboa 5 septiembre, 2017

    Sin embargo, el nivel de crítica se queda al nivel del producto que se promueve. ¿Por qué salones de 30 alumnos? ¿Por qué todos de la misma edad? ¿Por qué la educación tiene que darse en la escuela y el salón de clase?

    Responder

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.